Cuaderno de Bitácora:
14 de julio de 2018, 7.30 horas
Mina San Manuel, Cobatillas o Tinao
Sierra Bermeja, Estepona, Málaga
Esta vez el Sherpa me propuso subir a las minas de San Manuel, también conocidas por el Tinao de las Minas o las Cobatillas. Como ya son veces, nada de engaños; sé por experiencia que nada de lo que proponga mi amigo va a ser fácil, pero hay días en los que el cuerpo te pide comisaría. Y nos vemos tan de tarde en tarde que cuesta no darle caprichos. Aun así, sé que aventuras como esta son para él una especie de verano azul… que decimos.
Para los amigos de documentarse, expondré sin más preámbulos que la mina que nos ocupa fue operada a mediados del siglo XIX, comenzando allá por el año 1860. Dice la Wiki que se explotaron masas de magnetita extraordinariamente puras de hasta un 72% de hierro (óxido ferroso-férrico, refractario), con ganga de serpentina amarilla y forsterita en un skarn magnesiano contenido en los mármoles dolomíticos que cabalgan al macizo de peridotitas de Sierra Bermeja, compuesto por lherzolitas con espinela. ¡Ahí es na!
En otros escondrijos de mi biblioteca he encontrado que fue explotada en 1929 por la Sociedad Anónima del Banco de Cartagena y en 1939 por el empresario Ernesto Lasso de la Vega.
Un pensamiento que me corroe es averiguar cómo coño se sacaba a la civilización el mineral de hierro extraído allí. Que sería con mulos, con caballerías; pero debían ser mulos con el graduado escolar hecho.
Nosotros dejamos el incombustible Opel Corsa –algún día habrá que dedicarle un cristalito- en el aparcamiento del cementerio nuevo de Estepona y comenzamos a subir una interminable cuesta que nos puso a las puertas del Campo de Tiro de La Madroña. De allí hay que tomar un desvío a la izquierda que nos llevara a la cabreriza del Tinao de las Minas (año 1989). Antes de llegar a él una verja nos impide el paso… que ya son ganas de ponerle puertas al campo. La valla no tiene más objeto que impedir el paso a cualquier vehículo no autorizado, pero un agujero oportunamente colocado indica al zapatista el lugar por donde tiene que colarse.
En la cabreriza no había persona alguna, pero un perro del tamaño de un león, amarrado a pie de camino, nos hizo pronto saber que allí quien mandaba era él. No ponernos chulos con el perro, y optar por un prudente rodeo, nos permitió seguir el camino.
Tras pasar la cabreriza, viene lo verdaderamente interesante. Siguiendo el curso ascendente del río Guadalobón, prácticamente seco en esta época del año, hacemos la aproximación a la mina. En algunos rincones, el río vuelve a la vida y podemos disfrutar pozas en las que los lugareños –no sabemos si con la anuencia de la confederación hidrográfica- hacen captaciones de agua para sus intereses.
Más tarde hay que dejar el cauce del río y comenzar a subir, sierra arriba, sin más guía que los consejos del que ya estuvo allí. La falta de camino y de limpieza de la masa forestal, los guijarros sueltos, la espesura, hacen imprescindible una aceptable condición física.
Una media hora después de rebasar la cabreriza, encontramos las primeras escombreras y las ruinas de las casas de los mineros. Son tres, igualmente deterioradas. En ellas se conservaban las pertenencias de los mineros y les servían de refugio los días que trabajaban en la mina.
Tan aconsejable es no ir solo a estos intrincados lugares como llevar calzado adecuado, pantalones largos y camisa igualmente de manga larga. Te lo ahorras luego en cremas reparadoras de la piel.
Especial cuidado con el pozo que se sitúa en la parte más alta del Tinao de las Minas. Inexplicablemente no está protegido y si te caes a él tendrás serias dificultades para contarlo luego. Hay tres pilares semiderruidos que te hacen adivinar su posición; pero los pilares no se ven hasta que estás prácticamente encima.
Desde las casas de los mineros toca buscar la entrada a la mina. Lo declaro misión imposible para alguien que no vaya acompañado de otro que ya conozca el lugar.
No nos atrevimos a adentrarnos más que unos metros en la galería de la boca principal. Si alguien lo va a hacer le recomendamos el equipo de iluminación adecuado, la compañía, la experiencia y los conocimientos necesarios del medio.
Mira que está la mina de los cojones en lugar intrincado; pues bueno, aún tuvimos la desagradable sorpresa de ver como unos GUARROS habían dejado a las puertas de la boca unas latas de refresco vacías. Que ya tiene guasa llegar desde tan lejos, y con tanta dificultad, a un sitio en el que dejar basura y no traértela a tu casa.
Las algarrobas de la zona tienen más sensibilidad que estos impresentables.
La Vidriera del Mairena
16/7/18
12/7/18
no el que empieza, sino el que persevera
Veintinueve años después, el Américo Vespucio volvió a entrar por la bocana del puerto de Almería.
En aquella ocasión no pudimos cumplimentarlo; esta vez no podíamos dejar pasar la ocasión.
Barcelona, Valencia, Santander, Cádiz, Las Palmas, casi todos los puertos españoles han sido visitados en alguna ocasión por el barco más bello del mundo. Esta vez, el Amérigo Vespucci, buque escuela de la marina militar italiana, nos rindió visita entre el 7 y el 10 de julio, en los que estuvo atracado al muelle de levante.
El barco, para los amantes de la estadística, fue botado en el año 1931, mide 101 metros de eslora, 16 de manga, posee tres mástiles y 26 velas tradicionales, su casco es de acero y la cubierta de teca.
Independientemente de la superficie vélica, está dotado de dos motores dieses y otro eléctrico.
En él viajan 16 oficiales, 70 suboficiales y doscientos marineros y alumnos de primer curso, entre los que se encuentran 26 mujeres.
Desde el 1º de noviembre de 2017, está al mando dil capitano di vascello Roberto Rechia, que conocimientos náuticos aparte, tiene una cara de mala hostia que te cagas.
“Es un velero que mantiene vivas las antiguas tradiciones. Las 26 velas están todavía en tela Olona, las tapas todavía están hechas de material vegetal, y todas las maniobras se ejecutan rigurosamente a mano; cada orden a bordo es dada por el comandante, a través del Bosun, con el silbato; el embarque y desembarque de un funcionario se lleva a cabo con los honores a la pasarela.”
El Amérigo, además de una embajada italiana en el mar, pretende ser un testigo de la cultura e ingeniería de los italianos.
Su nombre se eligió en homenaje al comerciante y explorador del mismo nombre, nacido en Florencia y muerto en Sevilla, pues trabajaba para la Casa de Contratación en aquella aventura que supuso el descubrimiento del nuevo mundo; un nuevo mundo que tomó su nombre de nuestro personaje.
A pesar de nuestra investigación sobre el tema, aún no tenemos muy claro si el mascarón de proa del Amérigo -un señor con la mano en el pecho-, representa al propio explorador; porque otras fuentes señalan que se trata de un homenaje al histórico navegante Francesco Rotundi, Teniente Coronel del Genio Navale. Estaremos muy interesados en oír a quien tenga información definitiva sobre el asunto.
No el que empieza, sino el que persevera; es el lema de nuestro barco.
Suena el silbato del contramaestre, sólo queda desplegar las velas al viento como se despliegan las alas de una mariposa y soñar… siempre soñar…
-Glamour italiano.
Puedes ver más fotos del barco si visitas mi página de Flickr >
... y música para ambientar
En aquella ocasión no pudimos cumplimentarlo; esta vez no podíamos dejar pasar la ocasión.
Barcelona, Valencia, Santander, Cádiz, Las Palmas, casi todos los puertos españoles han sido visitados en alguna ocasión por el barco más bello del mundo. Esta vez, el Amérigo Vespucci, buque escuela de la marina militar italiana, nos rindió visita entre el 7 y el 10 de julio, en los que estuvo atracado al muelle de levante.
El barco, para los amantes de la estadística, fue botado en el año 1931, mide 101 metros de eslora, 16 de manga, posee tres mástiles y 26 velas tradicionales, su casco es de acero y la cubierta de teca.
Independientemente de la superficie vélica, está dotado de dos motores dieses y otro eléctrico.
En él viajan 16 oficiales, 70 suboficiales y doscientos marineros y alumnos de primer curso, entre los que se encuentran 26 mujeres.
Desde el 1º de noviembre de 2017, está al mando dil capitano di vascello Roberto Rechia, que conocimientos náuticos aparte, tiene una cara de mala hostia que te cagas.
“Es un velero que mantiene vivas las antiguas tradiciones. Las 26 velas están todavía en tela Olona, las tapas todavía están hechas de material vegetal, y todas las maniobras se ejecutan rigurosamente a mano; cada orden a bordo es dada por el comandante, a través del Bosun, con el silbato; el embarque y desembarque de un funcionario se lleva a cabo con los honores a la pasarela.”
El Amérigo, además de una embajada italiana en el mar, pretende ser un testigo de la cultura e ingeniería de los italianos.
Su nombre se eligió en homenaje al comerciante y explorador del mismo nombre, nacido en Florencia y muerto en Sevilla, pues trabajaba para la Casa de Contratación en aquella aventura que supuso el descubrimiento del nuevo mundo; un nuevo mundo que tomó su nombre de nuestro personaje.
A pesar de nuestra investigación sobre el tema, aún no tenemos muy claro si el mascarón de proa del Amérigo -un señor con la mano en el pecho-, representa al propio explorador; porque otras fuentes señalan que se trata de un homenaje al histórico navegante Francesco Rotundi, Teniente Coronel del Genio Navale. Estaremos muy interesados en oír a quien tenga información definitiva sobre el asunto.
No el que empieza, sino el que persevera; es el lema de nuestro barco.
Suena el silbato del contramaestre, sólo queda desplegar las velas al viento como se despliegan las alas de una mariposa y soñar… siempre soñar…
-Glamour italiano.
-Cae la tarde, es la hora del adiós.
Puedes ver más fotos del barco si visitas mi página de Flickr >
10/7/18
la Maestranza
Siempre que duermo a la sombra del Peñón de la Ignominia suelo cafetear –animal de costumbres- entre las paredes de La Maestranza. La Maestranza, como su propio nombre indica, es una cafetería con hondas reminiscencias taurinas. Sus paredes la llenan decenas de fotografías tomadas en la plaza de Ronda, la de los toreros machos, y los huecos que quedan con reproducciones de pinturas de Julio Romero de Torres.
Viene al caso decir ahora que siempre me pareció que las modelos del cordobés solían ser más feas que Picio, y con más vello que la Pantoja. Pero esta es una apreciación personal, recogida a vuela pluma, que no debería distraernos del tema principal… el sacro-santo lugar de La Maestranza.
Lugar donde el desayuno se eleva a la categoría de arte. Churros, manteca colorá con zurrapa, manteca blanca, chicharrones, tostadas con aceite andaluz, pastelería varia y exquisita; manjares todos muy indicados para el paladar y el espíritu animoso y nada convenientes para colesterosos melindres.
Pasado el mediodía, los cafeses y mantecas varias dejan su sitio a la cerveza helada, el vino manzanilla bien fresquito y un surtido de exquisitas tapas que van saliendo de los fogones que Carmen maneja con absoluta maestría… que aquí todo es arte y hondura.
Otra de las bondades de tan señalado lugar es que abre de amanecida. Tan de amanecida que allí encuentran cobijo tanto los desheredados que acuden a su trabajo como los que, con la resaca de la fiesta encima, aún no encuentran el momento oportuno de recogerse.
Esta última es una fauna pintoresca y digna de estudio en pieza separada… sobre manera en el género femenino. Que tiene tela… marinera.
Esta mañana, mientras disfrutaba de la retransmisión del tercer encierro de los sanfermines, ocuparon la mesa de al lado tres individuas que, por su aspecto, deberían venir del encierro… de ayer. Que me gusta la gente sin complejos.
Pero ese es otro tema que, como dije, trataremos en otra ocasión.
Viene al caso decir ahora que siempre me pareció que las modelos del cordobés solían ser más feas que Picio, y con más vello que la Pantoja. Pero esta es una apreciación personal, recogida a vuela pluma, que no debería distraernos del tema principal… el sacro-santo lugar de La Maestranza.
Lugar donde el desayuno se eleva a la categoría de arte. Churros, manteca colorá con zurrapa, manteca blanca, chicharrones, tostadas con aceite andaluz, pastelería varia y exquisita; manjares todos muy indicados para el paladar y el espíritu animoso y nada convenientes para colesterosos melindres.
Pasado el mediodía, los cafeses y mantecas varias dejan su sitio a la cerveza helada, el vino manzanilla bien fresquito y un surtido de exquisitas tapas que van saliendo de los fogones que Carmen maneja con absoluta maestría… que aquí todo es arte y hondura.
Otra de las bondades de tan señalado lugar es que abre de amanecida. Tan de amanecida que allí encuentran cobijo tanto los desheredados que acuden a su trabajo como los que, con la resaca de la fiesta encima, aún no encuentran el momento oportuno de recogerse.
Esta última es una fauna pintoresca y digna de estudio en pieza separada… sobre manera en el género femenino. Que tiene tela… marinera.
Esta mañana, mientras disfrutaba de la retransmisión del tercer encierro de los sanfermines, ocuparon la mesa de al lado tres individuas que, por su aspecto, deberían venir del encierro… de ayer. Que me gusta la gente sin complejos.
Pero ese es otro tema que, como dije, trataremos en otra ocasión.
2/7/18
la Torre de la Testa
Esta le hubiera gustado a mi amigo el Sherpa.
No excesivamente alejada de la civilización, solitaria, empinada y agreste, se me antoja como un caramelito para el excursionista de fin de semana.
El Cerro de la Testa, donde el viento da la vuelta, es el vértice de la península por el sureste. A sus pies, el faro de Cabo de Gata, define lo mismo cuando la visibilidad tiende a que no distingas un hilo blanco de un hilo negro.
Sobre la cima de este cerro, en el año 1570, Antonio del Berrio y Luis Machuca propusieron hacer una torre. Hacer una torre en lugar tan elevado e inhóspito es un proyecto cuya motivación se nos escapa, como no sea el de poseer un mirador inigualable sobre el mediterráneo.
El caso es que la finalizaron en 1584 los hermanos Diego y Gregorio García, albañiles granadinos, con un coste de 431.250 maravedíes. Los últimos detalles se los dio en 1593 otro granadino, Sebastián de Castro, carpintero y avalista de los albañiles citados.
El 31 de diciembre de 1658 la torre quedó arruinada por un terremoto. Posteriormente, en fecha indeterminada, sufrió el impacto de un rayo.
Habilitada por el reglamento de 1764, José Crame la rehabilitó en 1767 con un presupuesto de 2.301 reales de vellón.
Después de la Guerra de la Independencia sufrió un importante deterioro, para terminar siendo demolida al terciar el siglo XX, durante la Guerra Incivil.
En 1932 el arqueólogo alemán Adolf Schulten intentó localizarla pero no la encontró. Es evidente que no buscó como debía porque sus restos continúan en la cima del Cerro.
A día de hoy, el Cerro de la Testa se ha convertido en un lugar totémico y telúrico. Y a 343 metros sobre el nivel del mar, continúan expuestas a quien las quiera visitar las ruinas de la torre.
Debió existir en su día un camino zigzagueante que llegaba hasta la torre, única forma de subir –a lomos de mulos o caballerías- los enormes pilares que encontramos entre sus escombros.
Del camino no quedan más que las trazas y la cima debe ser atacada por la vaguada que limita el cerro por el este. Imprescindible llevar calzado adecuado por la cantidad de riscos y piedras sueltas que encuentras en la subida y pantalones de treking –o pantorrillas a prueba de todo- que te defiendan las piernas de la hojarasca y la maleza. Ojo, sobremanera, a la bajada, bastante más complicada que la subida… como suele suceder.
Y allá que nos fuimos mi hijo Víctor y el Capitán Pedales, a mayor gloria de mis nietos, que se divertirán leyendo estas aventuras. Agradezco a mi hijo, desde luego, que buscara un hueco en su agenda para satisfacer –otra vez- un capricho de su inquieto padre.
Esta vez no fue devoción, sino obligación. Un proyecto que tengo entre manos acerca de las torres vigías del litoral almeriense tuvieron la culpa.
Y no es primeros de julio la fecha más idónea para atacar esta cima pero le buscamos las vueltas a Lorenzo y a las siete de la mañana ya estábamos ascendiendo hacia La Testa.
Dos horas tardamos en subir y bajar, incluidos los veinte minutos que dedicamos a fotografiar todo lo fotografiable desde aquel mirador incomparable.
Las ruinas no son más que eso… ruinas, pero las vistas merecen el esfuerzo que supone coronar el cerro.
La idea era bañarnos en el mar al bajar de los riscos, pero lo impidió –cosa habitual en estos lares- un acentuado temporal de poniente que desaconsejaba el plan por muy acalorados que bajáramos. A cambio nos fuimos a desayunar al cruce de Torre Marcelo donde se ubica una cafetería del mismo nombre con un escaparate de pastelería y unas tostadas que quitan el hipo… y el hambre.
Después de rozar el cielo, poner los pies en la tierra no suele ser mala cosa.
-doña Luna no se quiso perder nuestra subida.
-el viejo aljibe es otro punto de referencia.- Ya casi en la cima, llegados a él hay que tomar a la izquierda.
-lo que queda de la antigua Torre de la Testa y que el arqueólogo alemán no supo encontrar.
No excesivamente alejada de la civilización, solitaria, empinada y agreste, se me antoja como un caramelito para el excursionista de fin de semana.
El Cerro de la Testa, donde el viento da la vuelta, es el vértice de la península por el sureste. A sus pies, el faro de Cabo de Gata, define lo mismo cuando la visibilidad tiende a que no distingas un hilo blanco de un hilo negro.
Sobre la cima de este cerro, en el año 1570, Antonio del Berrio y Luis Machuca propusieron hacer una torre. Hacer una torre en lugar tan elevado e inhóspito es un proyecto cuya motivación se nos escapa, como no sea el de poseer un mirador inigualable sobre el mediterráneo.
El caso es que la finalizaron en 1584 los hermanos Diego y Gregorio García, albañiles granadinos, con un coste de 431.250 maravedíes. Los últimos detalles se los dio en 1593 otro granadino, Sebastián de Castro, carpintero y avalista de los albañiles citados.
El 31 de diciembre de 1658 la torre quedó arruinada por un terremoto. Posteriormente, en fecha indeterminada, sufrió el impacto de un rayo.
Habilitada por el reglamento de 1764, José Crame la rehabilitó en 1767 con un presupuesto de 2.301 reales de vellón.
Después de la Guerra de la Independencia sufrió un importante deterioro, para terminar siendo demolida al terciar el siglo XX, durante la Guerra Incivil.
En 1932 el arqueólogo alemán Adolf Schulten intentó localizarla pero no la encontró. Es evidente que no buscó como debía porque sus restos continúan en la cima del Cerro.
A día de hoy, el Cerro de la Testa se ha convertido en un lugar totémico y telúrico. Y a 343 metros sobre el nivel del mar, continúan expuestas a quien las quiera visitar las ruinas de la torre.
Debió existir en su día un camino zigzagueante que llegaba hasta la torre, única forma de subir –a lomos de mulos o caballerías- los enormes pilares que encontramos entre sus escombros.
Del camino no quedan más que las trazas y la cima debe ser atacada por la vaguada que limita el cerro por el este. Imprescindible llevar calzado adecuado por la cantidad de riscos y piedras sueltas que encuentras en la subida y pantalones de treking –o pantorrillas a prueba de todo- que te defiendan las piernas de la hojarasca y la maleza. Ojo, sobremanera, a la bajada, bastante más complicada que la subida… como suele suceder.
Y allá que nos fuimos mi hijo Víctor y el Capitán Pedales, a mayor gloria de mis nietos, que se divertirán leyendo estas aventuras. Agradezco a mi hijo, desde luego, que buscara un hueco en su agenda para satisfacer –otra vez- un capricho de su inquieto padre.
Esta vez no fue devoción, sino obligación. Un proyecto que tengo entre manos acerca de las torres vigías del litoral almeriense tuvieron la culpa.
Y no es primeros de julio la fecha más idónea para atacar esta cima pero le buscamos las vueltas a Lorenzo y a las siete de la mañana ya estábamos ascendiendo hacia La Testa.
Dos horas tardamos en subir y bajar, incluidos los veinte minutos que dedicamos a fotografiar todo lo fotografiable desde aquel mirador incomparable.
Las ruinas no son más que eso… ruinas, pero las vistas merecen el esfuerzo que supone coronar el cerro.
La idea era bañarnos en el mar al bajar de los riscos, pero lo impidió –cosa habitual en estos lares- un acentuado temporal de poniente que desaconsejaba el plan por muy acalorados que bajáramos. A cambio nos fuimos a desayunar al cruce de Torre Marcelo donde se ubica una cafetería del mismo nombre con un escaparate de pastelería y unas tostadas que quitan el hipo… y el hambre.
Después de rozar el cielo, poner los pies en la tierra no suele ser mala cosa.
-doña Luna no se quiso perder nuestra subida.
-la Piedra del Lobo es punto de referencia al inicio de la subida.
-el viejo aljibe es otro punto de referencia.- Ya casi en la cima, llegados a él hay que tomar a la izquierda.
-un lujo para la vista
-lo que queda de la antigua Torre de la Testa y que el arqueólogo alemán no supo encontrar.
-Vale… no es el Aconcagua; pero era lo que tocaba.
-Nosotros también dejamos nuestro particular hito de señales cuando iniciábamos la subida.
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