Esta vez les voy a proponer una excursión por el Parque Natural Entinas-Sabinar.
Ya tenían alguna referencia en este mismo blog, pero fue una especie de broma tejida a la sombra del aburrimiento. Nada que ver, desde luego, con la verdadera enjundia del paisaje.
Al ciclero cualificado recomiendo inicie la andadura en el puerto deportivo de Aguadulce. Desde allí, a través de su paseo marítimo conectará con la Puerta Verde de Roquetas de Mar y desde aquí, bordeando el castillo de Santa Ana y la Urba - siempre sin salir del carril bici que tan bien acondicionó el ayuntamiento roquetero-se pondrá a las puertas del parque.
Lagartija y yo lo hemos vuelto a recorrer esta mañana. Otra vez, como lobo salvaje y estepario, volvimos a poner la Torre del Cerrillo en el horizonte. El camino a la Torre del Cerrillo es una invitación permanente a rodar en bicicleta. El suave crujir de la arena bajo los neumáticos se convierte en un musical murmullo que adormece todos los estreses habidos y por haber y excita los sentidos del viajero.
Mientras lo hacía, he convenido acercarles a este paraje, acostado en el Mediterráneo entre Roquetas de Mar y el puerto de Almerimar.
Desde la última vez que estuvimos aquí lo único que ha cambiado es la humedad del camino, acentuada por las últimas lluvias, y un ligero helorcillo que bajaba de las cumbres de Sierra Nevada, mitigado eso si por los 17 grados de esta bendición del sol sureño.
El paisaje lo forman una sucesión de dunas móviles entre las que se acomodan una serie de lagunas fósiles –espumeros naturales donde cuajaba la sal- que sirven de hábitat a flamencos, fochas, azulones, corregimos, culebras bastardas y lagartos ocelados.
En un tiempo no lejano estas lagunas sirvieron como base para la obtención de sal. Ahora han quedado prácticamente en desuso.
Si lo suyo es la botánica, sobre los suelos arenosos podrá encontrar carrizales, sosas, sabina negra, alacraneras, margaritas de mar, cambroneras y lentisco.
Creo que no les había referido, de mis anteriores visitas, que a unos cien metros de la torre se encuentra un vértice geodésico y junto a él una cruz de mármol erigida a la memoria de Asdrúbal Ferreiro y Alfonso Blanch, pilotos del SVA cuyo helicóptero se estrelló en el mar de Alborán –y ya van dos en los últimos años- el 15 de diciembre de 1989. Un pesquero de Roquetas de Mar encontró el cuerpo sin vida de Asdrúbal Ferreiro, el copiloto. Del piloto y de la aeronave nunca más se supo a pesar de haberse buscado, con ahínco, y todos los medios de que se disponía en aquel tiempo.
La Torre del Cerrillo, la joya de la corona de esta ruta, ocupa casi el centro geográfico del Parque Natural, a medio camino entre las últimas edificaciones de la urbanización de Roquetas y la bocana del puerto de Almerimar.
Es una edificación circular de una sola planta que data del siglo XIV pero que fue reconstruida en el XVI, con los dineros de Felipe II, para proteger la costa del ataque de los piratas berberiscos. No tenía más misión que acoger a un par de vigías que pudieran dar la voz de alarma si veían asomar las orejas del lobo.
Protegida desde 1944 y declarada Bien de Interés Cultural desde 1993, es una muestra, sangrante, de lo poco que le importa a la Administración todo aquello que no le reporta beneficio.
Indefensa, a merced de las inclemencias meteorológicas, del paso del tiempo, y de la mano del hombre, la desolada Torre del Cerrillo es un ejemplo –de libro- de ruina y abandono.
Su futuro más inmediato, al igual que tantos otros edificios de interés histórico y cultural, es que se venga definitivamente abajo el día menos pensado. A ello habrán contribuido, de forma generosa, los lugareños que emplearon sus venerables piedras en pilares de sus cortijos.
Si aún le da el tiempo para extenderse un poquito más adelante, llegará al Charcón del Flamenco y a las Salinas de Cerrillos, donde encontrará una vieja noria, mudo esqueleto de la actividad que, un día no muy lejano, ocupó estos charcones.
Tras de ellas ya divisa la enhiesta estructura del faro de Punta Entinas, mudo testigo que contempla, con su ojo de cíclope, el sereno y despacioso discurrir del tiempo por entre estas lagunas.
Es hora de regresar; le quedan unos veinte kilómetros de vuelta. Pero aún puede detenerse en alguna de las cafeterías del puerto deportivo de Roquetas, para tomar una cerveza mientras recupera el resuello, perdida la mirada en el azul del mar que tiene enfrente. Su bicicleta, seguro que le espera.
La Vidriera del Mairena
7/1/14
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