La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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6/3/12

Valuengo.

Música de campo, para ambientar...



Lo contaré, casi, como me lo han contado. No es cosa conveniente dejar pasar las experiencias rurales que nos toquen de cerca a nosotros, tan urbanitas. Si alguno de ustedes tiende a creer que lo que sigue es una fábula, estará en el error; la realidad, siempre puede superar la ficción.

Tengo un compañero de trabajo nacido en Valuengo. Valuengo, por si sus mercedes no están al tanto, es un pueblo de Badajoz.
Mi compañero suele pasar allí algunos de sus períodos vacacionales porque sus padres, ya ancianos, siguen residiendo en aquel pueblito. Cuando Matías –vamos a llamarlo Matías- visita Valuengo se infunde del disfraz de rusticidad porque, asegura, es el mejor modo de disfrutar la vida del campo.

Matías, cuando vive los días de Valuengo, no deja de ir a la taberna a mediodía para tomar un aperitivo de vino de la tierra y cecina con habas. También baja al pilón, cada tarde, para comentar con los vecinos la vida de los demás vecinos. Matías, por aquello de haber salido y sobrevivido fuera del pueblo, mantiene entre sus convecinos una aureola de gurú astral que se preocupa, muy mucho, de mantener intacta. Gracias a las reuniones vespertinas en torno al pilón, ningún habitante de Valuengo ha necesitado jamás un psicólogo. Es más, les cuentas que hay gente que ha hecho de oír a otra gente una profesión y te miran dudando entre arrearte con el garrote porque creen les estás tomando el pelo o… echarte directamente al pilón.

Otra de las costumbres que Matías guarda religiosamente es salir, cada noche y antes de irse a la cama, a mear en el corral.
Matías asegura que la casa de sus padres posee no uno, sino dos cuartos de baño. Pero mear en el corral –a mí no me miren- dice que le hace a uno comulgar con la naturaleza y no hay mejor somnífero que tirar el chorro cuanto más lejos mejor mientras miras la luna a la cara. Mear en el campo, dixit, te coloca en paz con los hombres y contigo mismo.

Bueno, pues la última vez que Matías se dedicaba a tan grato ritual -posiblemente la última- debió demorarse algo más de lo usual en la recogida del miembro y, en esas estaba, cuando sintió una picadura en la punta del pene.
Matías, que ha corregido esta exposición, ha porfiado duramente conmigo para sustituir el término. Dice que, en su pueblo, a eso no se le llama pene.
Uno le ha hecho ver, como buenamente pudo, que nos debemos a nuestros lectores y que tampoco es necesario caer en la ordinariez. De tener el pilón al lado es muy probable que hubiera tenido que ceder a sus indicaciones pero, afortunadamente, Valuengo nos pilla algo lejos.

Inmediatamente, me sigue contando, aquello se le puso del tamaño de una berenjena y le hizo acudir a la consulta de urgencia del… boticario, porque en el pueblo no hay médico. El farmacéutico, y también alcalde, dictaminó que lo que le había picado era una culebra de cogulla, especie venenosa de serpiente abundante en la comarca. En su propio coche le trasladó hasta el hospital de Jerez de los Caballeros, el más cercano, para que fuese asistido debidamente.

Matías me cuenta, que aparte el dolor en salva sea la parte, lo que más recuerda de aquella noche es el cachondeo de boticario en el trayecto desde Valuengo a Jerez. Primero le dijo que muy posiblemente tendrían que amputar y luego, al ver la cara de Matías, lágrimas por la cara y manos en el regazo, cambió el discurso por otro bastante más placentero, asegurándole que en un ratillo, y para extraerle el veneno, tendría chupándole la cosa a la enfermera más experimentada del hospital de Jerez de los Caballeros.

Todo eso mientras hacía verdaderos esfuerzos, el muy hijo de puta, porque las carcajadas le permitieran seguir el trazado de la carretera.

el pilón

No es el pilón de Valuengo, pero es el que tenía más a mano.