Dentro de unos días, el 23 concretamente, haremos memoria del 54 aniversario del inicio de la guerra olvidada.
Porque no fue la Guerra Civil el último conflicto bélico en el que nos vimos envueltos. Después de eso, justo en noviembre de 1957, nuestra tradicional amistad con los moros escaló un paso más en su hipocresía y nos vimos en la necesidad de pegarnos de hostias para defender las plazas coloniales que manteníamos en el norte de África; les estoy hablando de Sidi-Ifni.
Aquel día el príncipe Muley Hassan, luego Hassan II, lanzó contra los nuestros, sin previa declaración de guerra, a todos los moros puñeteros, a los camellos rabiosos y hasta a los babuinos del desierto.
La morería lo tuvo fácil porque además de pocos, nuestra escasez de medios era patética y escandalosa. Cito como ejemplo el que el calzado de los soldaditos, para combatir en los pedregales del desierto, eran unas alpargatas. Y eso el que las tenía.
Nos las dieron de todos los colores. Tanto es así que en poco más de seis meses, que fue el tiempo transcurrido hasta que a los moros se les terminaron las balas, dejamos allí más de doscientos muertos y casi seiscientos heridos de consideración.
Don Paco, en vez de enviar medios de guerra con que los nuestros se pudieran defender mejor, les envió a Carmen Sevilla y a Gila, que por entonces no era rojo… ni siquiera rosa. Con Carmen nuestros soldados se hacían muchas pajas y eso les aliviaba la tensión; con Gila se reían mucho… sobre todo cuando les contaba aquello del teniente que había metido la cabeza en el cañón para comprobar si estaba limpio, y luego no la podía sacar.
Pero los muertos eran de verdad y entonces se les quitaban las ganas de reír.
Como lo políticamente correcto entonces (y ahora), era vender nuestro cariño fraternal con los moros, el régimen se encargó de aplicar una férrea censura que evitara que el conflicto trascendiera más de lo debido. Y tan bien la aplicó que aún ahora nadie quiere reconocer a los que allí estuvieron, o a sus herederos, que aquello fue una guerra breve pero cruel, pobre pero sangrienta; una mierda de guerra.
Es por eso que los pocos supervivientes que aún quedan de aquella tragedia, se descojonan de la risa cuando oyen hablar de la Ley de la Memoria Histórica.
Aquí seguimos; besándonos en los morros con el moro de cara a la galería. Pero jodiéndonos la vida desde principios del siglo XIX hasta ayer mañana.
La Vidriera del Mairena
15/11/11
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