La Vidriera del Mairena
22/11/10
crónicas batuecas (... y 4) / la cama m'echó p'atrás.
La idea no era mala. En los umbrales de la senectud, se trataba de explorar nuevos territorios, dar un paseo a la parienta y descubrir diferentes enclavamientos en los que acomodar, si llegara el caso, los muchos años.
Oí hablar de Yuste, a las puertas de Las Batuecas, y hacia allí que encamine el Ibiza, tan viejo ya como el que escribe pero, como este, con las itv’s ajustadas a derecho, a mayor gloria de los vinos con solera. Bien es verdad que, tanto al uno como al otro, no les vendría mal el cambio de la correa de distribución.
Si Yuste fue digno retiro para un emperador, mandamás de todas las españas que en el mundo eran, y eran muchas por aquel entonces, también lo podría ser para un tarugo nacido a la sombra de la serranía de Cádiz, tierra esta que sin desmerecer la Extremadura conquistadora ya había colocado el non plus ultra una miajilla más allá de Chiclana.
Así que plantada la tienda a la sombra de la torre del Bujaco, pasé unos días, el abanico en una mano y la Nikon en la otra, recopilando datos con los que documentar el “informe Retiro”.
Y resultó que las Batuecas, exploradas al calor del verano, se asemejan a los hornos de Pedro Botero, sólo comparable en lo extremo –al decir de los lugareños- a lo frío que puede resultar el invierno.
Cuacos, a tiro de piedra de la conquistadora Plasencia, en el corazón mismo de La Vera, no es sino el resumen de aquella tierra, verde y canela, frío y calor, a partes iguales.
Averigüe así que el emperador en cuestión debió ser hombre en extremo religioso, hasta el punto que, postrado en cama por su enfermedad, no tuvo el menor reparo en abrir un hueco en la pared de su dormitorio para desde el lecho poder seguir la celebración de la santa misa.
Luego quiso enterrarse mitad dentro mitad fuera bajo el altar de la basílica, una cosa bastante rara, pero terminó enterrado en El Escorial porque de todos es sabido que, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Y el vivo, que fue su hijo Felipe II (a) el Prudente, dispuso que se enterrase más cerquita de Madrid. Es que Cuacos, digan lo que digan, queda bastante lejos de todas partes.
Soleado al fín por todos los soles cacereños, pateados la totalidad de los caminos batuecos y recogido finalmente en el pequeño y enlutado dormitorio que fue testigo último del último suspiro del emperador, tanteado con reparo el colchón que fue depositario del cuerpo abandonado del alma, convine conmigo mismo en que aquello no era para mí.
Y es que, si bien podría enumerar ciento y un detalles que desaconsejan mi retiro a tan afamado lugar, a mí, lo que de verdad m'echó p’atrás… fue la cama.
Vista personalizada de la alcoba del Emperador.
Gentileza de mi amigo Rafael (a) el Séneca, a quien habré de pagarle el detalle en especias sacadas de mar. A ser posible, a la sombra de La Fabriquilla.
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