El pasado viernes santo, huyendo de la amenaza de un bostezo, di con mis huesos y mi Nikon en el pueblo de Casares. Ni muy noble, ni leal, ni fuerte, ni siquiera villa, Casares a secas, que no le hace falta más para que, en Casares, cuatro huevos sean dos pares.
Casares es un pueblito difícil construido en un lugar difícil. Sus casas blancas se arraciman unas sobre otras en un prodigioso equilibrio sobre el barranco, y sus calles –blancas y estrechas- se retuercen sobre si mismo buscando el cielo.
Al amparo de la peña Crestellina, el ignominioso peñón de Gibraltar en el horizonte, una pequeña colonia de buitres leonados nos vigilan desde el alto.
Allí vino a nacer el notario Blas Infante. Bueno primero nació, luego se hizo notario, y luego vino a reconvertirse en el Sabino Arana de los andaluces, para disfrute y jolgorio de los nacionalistas. Una pasada.
Casares es un pueblito difícil construido en un lugar difícil. Sus casas blancas se arraciman unas sobre otras en un prodigioso equilibrio sobre el barranco, y sus calles –blancas y estrechas- se retuercen sobre si mismo buscando el cielo.
Al amparo de la peña Crestellina, el ignominioso peñón de Gibraltar en el horizonte, una pequeña colonia de buitres leonados nos vigilan desde el alto.
Allí vino a nacer el notario Blas Infante. Bueno primero nació, luego se hizo notario, y luego vino a reconvertirse en el Sabino Arana de los andaluces, para disfrute y jolgorio de los nacionalistas. Una pasada.
Como reconocimiento, los casareños le han erigido en la plaza del pueblo un monumento. Un busto más feo que el copón, de dudoso gusto y que desentona con el entorno, pero ellos están contentos que te cagas, así que… punto en boca.
También se encuentran en el lugar los afamados baños de La Hedionda, de reconocidas propiedades para curar enfermedades hepáticas, pero de un insufrible tufillo sulfuroso que te deja la pituitaria talmente como llevabas el hígado. Ya se sabe que todas las medicinas tienen efectos contradictorios.
A uno, pirata iletrado, lo que más le llamó la atención fue el cementerio. Pero no el viejo, sino el nuevo. Posee una planta elíptica y una disposición que lo hace parecer un coliseo romano. Inexplicablemente, quedó a medio construir y así sigue.
A mi pregunta sobre el porqué de la paralización de las obras, me contestó un lugareño con la razón obvia de que ningún muerto querría ser el primero en irse solo allá abajo.
Los muertos de Casares, a lo que se ve, prefieren el alto, junto al Castillo. Ante tan contundente juicio, no me quedó otra que alabar la decisión.
Con todo, es un sitio ideal para irse a tomar café en una tarde de destierro. Les recomiendo la visita.