Me conoció a primeros de Enero. Llego con el año. Un amor a primera vista; eso que mal llaman flechazo.
Fue casual, nadie nos había presentado, pero le guste –que ya es gustar- y se quedo conmigo. Día y noche. A la sombra y al solano, en la dicha y en la adversidad, pan y cebolla...
Debe quererme con firmeza porque no se separa de mi ni un momento. Me agobia, me atosiga, memoria de otros agobios y otros atosigos. La noto en mi estomago, en mi paladar, en mi respiración, en mis ojos. Se ha unido a mí por lo civil y lo militar. Por lo religioso no, porque el menda no es para nada religioso, y menos que para nada para la galería.
He intentado, por activa, por pasiva y por reflexiva, incluso acudiendo a sesudos especialistas y a brujos de pueblo, quitármela de en medio, pero “que si quieres arroz Catalina....”
Llegue a decirle a la cara que me aburre, que unos días estuvo bien pero que ya cansa. Dio igual, por lo que sospecho debe ser un amor desinteresado, d’esos que solo vemos en las películas con guionista borracho y director apamplao.
Me acompaña a todos sitios. En los pocos días de Enero que llevamos subidos he jugado dos torneos de tenis. El primero fue el de los Reyes Magos. Los Magos no jugaban, pero soltaban la pasta. Se empeño en entrar conmigo a la pista. Una pena. Me tiraron en semifinales tras protagonizar el bochornoso espectáculo de ver a un abuelote que perdía la respiración y los calzones corriendo tras bolas imposibles y que dejo la cancha perdida de kliness y de mocos. ¡Que asco!. Como algunos de los partidos jugados en ese torneo ya era anochecido y la humedad notable, viéndome enfermo y febril, me quiso mas si cabe.
Un hombre sabio, que seguro descansa al lado de los justos, decía que un hombre, para ser un señor, debía tener coche o caballo, casa en el campo y querida. En las noches de delirio que siguieron alucinaba mi mente con alcanzar la señoría, para lo cual ya solo me debería faltar la casa en el campo. Y veía encinas y alcornoques a los alrededores, y una parra en el porche. Y bajo la parra una hamaca en la que se mecía ella. Algunas veces la hamaca se mecía sola, no la ocupaba nadie, pero igualmente se balanceaba.
Al despertar me sorprendía resacoso, empapado, torpe, nublado, espeso, pero ni rastro de la señoría perseguida. Eso sí, ella a mi lado.
Este fin de semana he jugado otro torneo de tenis. Pese a las adversidades, pese a tenerla sentada en la silla del juez de línea, lo he ganado, por lo que malicio debía ser el torneo de los torpes, de los desahuciados, o de los que nunca llegaran a ser un señor. Me han entregado un trofeo, el primero del año, que he recogido escéptico, receloso, mientras miraba entre los presentes para ver si ella se había marchado o es que se estaba celebrando una nueva edición del 28 de Diciembre. También me han regalado un balón de colorines que, este si, he recogido alborozado para entregarle a mi nieto. Y un sombrero de paja que sustituya el de mi avatar, ya ajado, que deja caer al suelo las alucinaciones de mi alucinada cabeza. Y un diploma, y un bolso, y un ...
Ella no es ni morena ni rubia, ni alta ni baja, ni delgada ni gordita. Es constante, tenaz, habla poco pero se hace notar mucho.
Se llama Angustias. Se apellida GRIPE. Y, definitivamente, me quiere.
Fue casual, nadie nos había presentado, pero le guste –que ya es gustar- y se quedo conmigo. Día y noche. A la sombra y al solano, en la dicha y en la adversidad, pan y cebolla...
Debe quererme con firmeza porque no se separa de mi ni un momento. Me agobia, me atosiga, memoria de otros agobios y otros atosigos. La noto en mi estomago, en mi paladar, en mi respiración, en mis ojos. Se ha unido a mí por lo civil y lo militar. Por lo religioso no, porque el menda no es para nada religioso, y menos que para nada para la galería.
He intentado, por activa, por pasiva y por reflexiva, incluso acudiendo a sesudos especialistas y a brujos de pueblo, quitármela de en medio, pero “que si quieres arroz Catalina....”
Llegue a decirle a la cara que me aburre, que unos días estuvo bien pero que ya cansa. Dio igual, por lo que sospecho debe ser un amor desinteresado, d’esos que solo vemos en las películas con guionista borracho y director apamplao.
Me acompaña a todos sitios. En los pocos días de Enero que llevamos subidos he jugado dos torneos de tenis. El primero fue el de los Reyes Magos. Los Magos no jugaban, pero soltaban la pasta. Se empeño en entrar conmigo a la pista. Una pena. Me tiraron en semifinales tras protagonizar el bochornoso espectáculo de ver a un abuelote que perdía la respiración y los calzones corriendo tras bolas imposibles y que dejo la cancha perdida de kliness y de mocos. ¡Que asco!. Como algunos de los partidos jugados en ese torneo ya era anochecido y la humedad notable, viéndome enfermo y febril, me quiso mas si cabe.
Un hombre sabio, que seguro descansa al lado de los justos, decía que un hombre, para ser un señor, debía tener coche o caballo, casa en el campo y querida. En las noches de delirio que siguieron alucinaba mi mente con alcanzar la señoría, para lo cual ya solo me debería faltar la casa en el campo. Y veía encinas y alcornoques a los alrededores, y una parra en el porche. Y bajo la parra una hamaca en la que se mecía ella. Algunas veces la hamaca se mecía sola, no la ocupaba nadie, pero igualmente se balanceaba.
Al despertar me sorprendía resacoso, empapado, torpe, nublado, espeso, pero ni rastro de la señoría perseguida. Eso sí, ella a mi lado.
Este fin de semana he jugado otro torneo de tenis. Pese a las adversidades, pese a tenerla sentada en la silla del juez de línea, lo he ganado, por lo que malicio debía ser el torneo de los torpes, de los desahuciados, o de los que nunca llegaran a ser un señor. Me han entregado un trofeo, el primero del año, que he recogido escéptico, receloso, mientras miraba entre los presentes para ver si ella se había marchado o es que se estaba celebrando una nueva edición del 28 de Diciembre. También me han regalado un balón de colorines que, este si, he recogido alborozado para entregarle a mi nieto. Y un sombrero de paja que sustituya el de mi avatar, ya ajado, que deja caer al suelo las alucinaciones de mi alucinada cabeza. Y un diploma, y un bolso, y un ...
Ella no es ni morena ni rubia, ni alta ni baja, ni delgada ni gordita. Es constante, tenaz, habla poco pero se hace notar mucho.
Se llama Angustias. Se apellida GRIPE. Y, definitivamente, me quiere.