Mis relaciones con los bichos no van muy allá.
Una vez tuve uno en mi casa. A Viky, que por aquellos tiempos debería tener seis u ocho años, le dio llorona con los animales y ante la imposibilidad de ofrecerle en adopción uno que tuviera pelo –era alérgico- le regalamos una tortuga. La bautizamos con el nombre de “Milveinte”, porque mil veinte pesetas fue lo que nos costó el animalucho, incluido su alojamiento. El alojamiento era una especie de terrario en metacrilato que semejaba una laguna con una islita en el centro. La islita tenía su palmera y una escalerita para bajar al agua. Un lujazo. Nunca en la historia ninguna tortuga fue querida como aquella... por mi hijo –claro- porque el resto de la tribu pasaba olímpicamente de Milveinte, de la laguna y de la islita con su palmera.
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Pasados un par de meses desde que la tortuguilla era una más de la familia, sobrevino la tragedia. Un mediodía, al volver el niño del colegio, la encontró patas arriba bajo la palmera. Al parecer había resbalado en las escaleras, cayó en esa posición y le sobrevino la asfixia. Alguien me dijo por aquel entonces, aún no sé si puede ser o no cierto, que si estos animales quedan boca arriba y no pueden darse la vuelta, se ahogan. ¡Vete tú a saber!
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El caso, eso si lo supe, fue que al niño le costó una enfermedad. Y al resto de la familia por proximidad. Las lágrimas que pudo soltar aquel crío por su tortuga hubieran bastado para llenarle treinta lagunas en las que pudiera nadar. Aquellos días me prometí que nunca más, jamás de los jamases, ningún bichejo volvería a tener relación de parentesco conmigo. Esa promesa he estado en un tris de romperla en un par de ocasiones, pero.... ahí quedó la cosa.
Así que si mis relaciones con los bichejos amables son las de “tú en tu casa y yo en la mía”, las que me enfrentan a los bichejos asquerosos, léase aquellos que tienen más de cuatro patas –o ninguna- son sencillamente aborrecibles, de poner los pelos de punta, un espeluzno.
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Conocido esto, entenderán mucho mejor lo que viene a continuación.
Martes 24 de julio –tenía que ser martes-, estribaciones del desierto de Tabernas, caló... mucha caló, cualquier hora taurina de la tarde. Llego a mi club de tenis con la hora pegada al culo pues un asunto de faldas (.?) me entretuvo más de la cuenta. Aparco ocupando dos plazas, agarro por un pico la mochila y salgo disparao hacia los vestuarios. Al pasar frente a la zona de entrada a las pistas alcanzo a divisar mi contrincante que con cara de mu mala follá me señala su reloj.
-¡Que coño, yo también tengo reloj!, mascullo.
Vísteme despacio, que tengo prisa; no acierto con la pernera del pantalón, doy saltitos para no perder el equilibrio, lo termino perdiendo y casi m’escalabro..... ¡la hostia!.
Al forzarla, la camiseta cede por la axila..... oigo el rassss.
Bueno está, ya casi estoy. A ver... la raqueta, la codera, las bolas, el agua... el móvil, no me puedo olvidar el móvil... yo juego al tenis con móvil.... ¿pasa algo?
Voy a coger la puerta a velocidad AVE cuando algo se remueve en mi interior. Las prisas. El stress. En suma, un retortijón. Lo quiero ignorar, pero insiste.... un retortijón. Si salgo así a la pista no duro ni el primer asalto. El retortijón insiste, no da opción a que elija. Así que vuelvo sobre mis pasos y me encierro a toda prisa en el water. Lo haré en un pis-pas.... ahora si que puedo decir con propiedad eso de cagar echando leches. Y’astá. Alargó la mano para tirar del rollo de papel higiénico y la mano se queda petrificada en el aire, a escasos veinte centímetros del papel. El culo también se petrifica. Todo en mi, excepto los ojos como platos, queda petrificado. Sobre el rollo del papel higiénico, asqueroso en su inmediatez, el garfio enhiesto, se encuentra el padre de todos los alacranes.
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-Tranquilo, Juanito –me digo- si tu no te mueves él no se moverá.
De improviso el recinto del WC me parece sobrecogedoramente pequeño.
-¿Los alacranes saltan?, me pregunto en mi angustia.
El bicho me mira de mu mala manera.
Yo no acierto más que a mirarlo.
Pero el único que tiene el culo al aire soy yo.
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Entre “pa cojones los míos” y “no te mueras de la angustia” trazo planes de fuga. A y B.
A, abriendo la puerta. B, saltando la mampara. Con los pantalones en los tobillos lo más aconsejable es el A. Despacico, sin hacer ruido, el culo lo más posible pegado a la pared, los ojos fijos en el bicho, alargo la mano y voy abriendo la puerta poquito a poco, sólo lo suficiente para pasar.El WC más cercano queda como a diez metros. Teniendo el culo como lo tengo no me puedo poner los pantalones, pero.... no parece haber nadie en el vestuario.
A, abriendo la puerta. B, saltando la mampara. Con los pantalones en los tobillos lo más aconsejable es el A. Despacico, sin hacer ruido, el culo lo más posible pegado a la pared, los ojos fijos en el bicho, alargo la mano y voy abriendo la puerta poquito a poco, sólo lo suficiente para pasar.El WC más cercano queda como a diez metros. Teniendo el culo como lo tengo no me puedo poner los pantalones, pero.... no parece haber nadie en el vestuario.
-Venga Juanito... el mundo es de los valientes.
Termino de abrir la puerta. Saco la cabeza, miro a un lado y a otro. Silencio absoluto, nadie a la vista. Afuera. A la carrera, los pantalones en los tobillos, las muñecas de Famosa se dirigen al portal, me encamino al maldito rollo de papel. Justo cuando estoy a mitad de camino un grupo de tres o cuatro chavales irrumpe en el vestuario. La sorpresa los paraliza. No todos los días se ve a alguien cruzar el vestuario con el culo al aire y los pantalones en los tobillos. ¿Tierra porqué no me tragas?. Ni miro p’atrás. Me encierro en el nuevo WC. Miro si hay alacranes. Vuelvo a mirar si hay alacranes. Me siento en la taza y me desmadejo.
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Al rato, -ya ni me acuerdo que yo tenía que jugar tenis- me recompongo y con los pantalones en su sitio y la vergüenza en su sitio salgo al exterior. Del WC alacranizado veo que sale uno de los chavales de antes. Como si tal cosa. No dice ni pio. Yo, que tengo seca la boca, tampoco digo ni pio.
Otra vez... raqueta, codera, bolas, agua... móvil ¿pasa algo?... agarro todo y esta vez despacio, muy despacio, me dirijo a las pistas. En el camino me cruzo con alguien de mantenimiento. Le digo que en tal WC no hay papel... que lo reponga... pero que tenga cuidado al quitar el rollo... por si los bichos.
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Mi contrincante de hoy está de mu mala hostia. Pasa más de media hora de nuestra cita. Me mira con la misma mala leche que me miraba el bicho.
-¿Sabes que te digo Paco?... que m’he puesto mu malico.
-Mala cara si tienes, oye.
-Vámonos pal bar, Paquito, que me tome una manzanilla... y te voy contando... oye.... Paquito... ¿a ti te dan asco los bichos?
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laventaernabo > julio07