La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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9/7/12

Leocadio

Se llama Leocadio y tiene 74 años de vellón. Nació en Huéneja, un pueblo de la Alpujarra almeriense, que abandonó apenas dejó la escuela para venir a la capital y buscarse la vida en otra cosa que no fuera guardar cabras o cultivar vides.

Ahora, llueva o ventee, nieve o te derrita el sol, coge su bicicleta cada mañana y recorre los diecisiete kilómetros que separan su casa de la playa de El Lance, en Retamar. Allí guarece la bicicleta en un viejo nido de ametralladoras y él toma un rato el sol tal como dios lo trajo al mundo –a él, no al sol-; luego se da un baño sin importarle el estado de la mar, come el bocadillo que lleva preparado y se regresa a su casa.

Sólo falta a su cita diaria con los pedales y el mar si alguna circunstancia imprevista le retiene en el olivo o si, accidentalmente, debe cuidar de alguno de sus nietos, evento este que él se ocupó de establecer que ocurriera de modo muy excepcional para no arruinar, con la imposición, su propia vejez.

Yo le conocía de vista, de encontrarlo alguna vez en el camino, de saludarnos sin detenernos. El domingo pasado, porque sí, se pegó a mi lado durante unos kilómetros, acompasamos el rodar de las monturas y nos fuimos contando confidencias como si lo hubiéramos hecho toda la vida.

Leocadio, de tanto sol y aire de mar anda tostado como un apache. Me contó que siempre fue deportista y que lo suyo era el atletismo. Un día el carnet de identidad le pasó factura y comprobó, horrorizado, que no tenía posibles físicos con que abonarla; ya no tenía sitio sobre el tartam del estadio. Entonces uno de sus hijos le regaló una bicicleta de montaña y él se enamoró de ella hasta el punto que llevan catorce años de relaciones. Relaciones en las que siempre incluyen el mar, formando un trío que mantiene alejados el aburrimiento y la enfermedad. Dice Leocadio –tocamos madera- que él nunca se pone malo.

Yo le conté sobre mi forma de entender el ciclismo, le presenté a Lagartija y le puse al corriente que nuestro trío lo completaba Nikita, que siempre viajaba en la mochila. También le pregunté sobre si tenía correo electrónico, mas para él llegaron tardes estas tecnologías. Así que la imposibilidad de remisión me disculpó de retratarlo para la inmortalidad. A cambio le hice una fotografía a Lagartija, guapísima ella, estilizada, arrebatada de rojo pasión destacando sobre el azul mediterráneo.

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Lagartija

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