La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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2/8/18

Celia Viñas

Érase que se era
mi abuela junto al fuego
el borde de su falda
frontera de mi sueño.



El 8 de marzo de 1943, puso los pies en Almería una profesora de Lengua y Literatura que respondía al nombre de Celia Viñas. Española de Lérida, educada en Mallorca, había elegido su destino de forma voluntaria tras superar unas oposiciones a cátedra. Comenzó a dar clases en la actual Escuela de Artes, que era el único instituto de Almería. No tenía, que sepamos, ningún ascendente en la ciudad.
El Diccionario Biográfico de Almería, editado por la Diputación Provincial, dice de ella:

Fue un regalo para nuestra tierra, un grano de trigo sembrado, demasiado prematuramente en el desnudo paisaje almeriense, que aún sigue dando sus frutos. Ella, como una catedrática de nuestros días, enseñó a aquella generación de posguerra a sentir a García Lorca, a penetrar con hondura en Miguel Hernández, a amar a los clásicos, abriendo los ojos de sus alumnos, haciéndoles sentir lo sensible, lo bello, lo sublime... avivando la pasión por la lectura y despertando aficiones literarias.


Casó con un almeriense, también docente, y rápidamente enraizó en la estigmatizada ciudad, sur del sur.
El Diario de Almería, muchos años después de su muerte, escribía:

Celia trajo bocanadas de aire fresco en cada minuto de su vida en una ciudad pobre, aplastada por la guerra civil y sometida al cansino y asfixiante ritmo marcial de quienes vigilan celosamente el cumplimiento de sus postulados ideológicos. Aires frescos procedentes de una mujer cuyos métodos pedagógicos, actitud ante sus alumnos y desenvoltura en el pequeño mundo cultural almeriense, analizado más de medio siglo después, seguiría llamando poderosamente la atención, definiéndola con los cánones de hoy como muy liberal.


Fue una profesora entregada a su trabajo, progresista, enfrentada al marcaje férreo del régimen, parte activa del Movimiento Indaliano y cualquier otra actividad cultural que se ofrecía en la ciudad, adelantada a su tiempo, como tantas otras mujeres de la época.
Celia escribe a Marta Mata, una de sus alumnas:

Yo trabajo en Almería como un misionero... encontré unas almitas niñas desiertas, secas como esta misma tierra trágica que me preocupa estéticamente, casi místicamente, tierra paria, tierra cruz... y procuro descubrir los rinconcitos donde el alma se esconde y canta su eterna canción verde... Hoy se lee y se escribe en Almería. Los muchachos jóvenes no se avergüenzan de su sensibilidad y las niñas leen menos novelas rosa. ¿Cómo lo consigo? Mi labor no se limita a la cátedra, soy amiga de tantos como puedo, confidente de muchos, bibliotecaria de todos... y yo ya no soy yo cuando llego a Almería...


Un falso embarazo, lleno de complicaciones, se la llevó de una tierra que ya era la suya el 21 de junio de 1954.- Una muerte prematura que la elevó a la categoría de leyenda.

El sepelio, seguido por miles de personas marchó desde su casa de General Luque, recorrió el Paseo y se acercó al actual IES que lleva su nombre, donde en las escaleras de entrada se instaló el féretro y la "señorita Celia", como le llamaban impartió su última clase y siguió su recorrido a pié no sólo hasta la Gloria (lugar donde tradicionalmente se despedía el duelo y se continuaba en carroza fúnebre) sino hasta el propio cementerio, donde hoy tiene un monolito que recuerda el cariño de todos los almerienses que le conocieron y de todos aquellos que admiran su apasionada actitud docente y su cariño por una tierra que le ganó el corazón.

Mi particular homenaje a la señora Viñas es dedicarle una fotografía. Corresponde a la portada del instituto en que dio clases, edificio que está en el adn de la sociedad almeriense y que lleva su nombre. Ya no luce en su puerta la gallina franquista, que los vientos democráticos le hicieron levantar el vuelo. Tampoco somos ya una, ni grande ni libre, ni el universo sabe nada de nuestro destino salvo que somos únicos aplicando la ley del péndulo.

adn almeriense

Me duelen los ojos,
me duele el cabello,
me duele la punta
tonta de los dedos.
Y aquí en la garganta
una hormiga corre
con cien patas largas.