La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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29/11/07

Igor Mitoraj.

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IGOR MITORAJ, sobre ser un escultor polaco que nació en Alemania, se formó en Cracovia y trabaja en Italia, me parece un imprudente. Es lo que tiene no sentir raíces bajo los pies, a veces puede parecer que te caes del guindo. Las más, te caes.

Porque lo que no dicen sus biografías, pero se nota a la legua, es que el tal Mitoraj debió sufrir en sus carnes los prejuicios atávicos de un matriarcado despótico.
El resultado es que con su obra, ahora expuesta en la Rambla de mi pueblo, nos ha puesto a los pies de los caballos. A los hombres, digo.

Dos obsesiones alimentan la obra del don Igor; la de descabezar a los hombres y hacer ostentación de sus atributos varoniles.
Dirán sus mercedes que no es pa tanto. Lo es.
Y lo es porque su obsesivo planteamiento de representarnos con la cabeza cortada y en los pies y la aparatosidad en la sexualidad, dicho sea en cristiano y pa que me entiendan, con más cojones que el caballo de Espartero, ha dado pie y razones a los colectivos feministas a reivindicar, una vez más, aquello que vienen repitiendo desde el 6 de marzo de 1910: -“Cada cabeza en su sitio”.

Porque si no es de extrañar que la dichosa escultura haya sido visitada por todas las faldas de Almería para admirarla, celebrarla, envidiarla y comentarla, da mucho por culo que entre esos comentarios se cuele el de que ya quisieran en su casa, o entre sus piernas, los abalorios que el descabezado ostenta.

Así que me cisco en la madre que parió al Igor, al mito perdido, al hijo de puta que lo perdió y a la Concejala de Cultura del Ayuntamiento.

¿Conocen sus mercedes una canción de Javier Krahe que asegura que “la Jacinta mucho más?. Pues eso, que yo me quedo con la Jacinta.

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2/11/07

El caso de la pescaera.

La cosa tuvo su miga.
Y lo contaré a sus mercedes en forma de sainete, acto dramático con tintes cómicos y populares, de modo que sirva de color de mufla y emplomado al resto de los cristalitos de esta vidriera.
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Primero lo primero, los personajes:
a) La Pescaera: Es la estrella del sainete. Mujer joven y rubia, racial, sin compromisos conocidos, algo más que de buen ver, que dedica las mañanas de los días laborables a vender pescado en un puesto del centro de la capital. Mis lectores, gente perdida toda, la definirían, sin más dilaciones, como "una tía buena".
b) El Maromo: Su oponente. Varón en edad de merecer, cuajao, con más tiros que la tapia del cementerio de mi pueblo y menos escrúpulos que Torrente (versión 3).
c) El Melenas: Conocido de la Pescaera, aunque no consta si bíblicamente. Dispuesto a hacerle un favor. O dos. O los que se tercien… siempre que se tercien por la parte que se tienen que terciar, claro.
-En aquella casa todo es de calidad.
d) Los Municipales: El Romerales y la Asun. Vestidos de azul, con su gorrita a cuadros blancos y azules y un 092 pintado en las motos.
e) El clan: Compuesto por paseantes varios, jubilados, gente de la calle, y marías en número indeterminado, afines a la Pescaera, que para eso le compran el pescado todos los días y, de vez en cuando, reciben dos sardinas y cuatro boquerones sobre el peso. Detalle este que hace corporativismo y crea lazos íntimos de unión.
El escenario:
Calle del centro de la capital, estrechita, de un solo sentido de circulación, donde el aparcamiento se paga más caro que el bacalao fresco, con un tráfico que te cagas y, mira tu por donde, hora punta. Allí mismico se sitúa la pescadería.
La trama:
La Pescaera, cuando llega cada mañana, y lo de mañana es un decir porque madruga menos que el ángelus, no encuentra aparcamiento para su vehículo. Ello le obliga a dejar el coche en el quinto pino, o encima de la acera, o debajo del mostrador de la pescadería. Así, mientras dispensa las merluzas y los salmonetes, la pobre vive con un ojo en el mostrador y el otro en la calle, a la espera que un milagro deje hueco libre donde ella pueda meter su cochecico.
En esas estábamos hace unos días cuando, loada sea la Virgen del Rascacio, ve la Pescaera que justito enfrente de la pescadería va a quedar un aparcamiento vacío. En un suspiro terminó de despachar a la Encarna tres cuartos kilos de almejas y sin ni siquiera quitarse el delantal, ya estaba en la calle con las llaves del coche en la mano. Al salir de la pescadería, en su impulso agónico, casi arrolla al Melenas, que pasaba por allí camino de su trabajo. El Melenas, sépanlo sus mercedes, es guardia civil, pero de los de la brigadilla, de ahí su nombre y sus pintas. La Pescaera, que conoce al Melenas -aunque no consta si bíblicamente-, le pide que haga de gorrilla y le guarde una miajica el sitio mientras ella acerca su coche. El Melenas, que conoce a la Pescaera –aunque no consta si bíblicamente- le dice que si, que vale, que París bien vale una misa y que pa eso están los amigos.
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-Los justicias debieron llegar por la acera.- Hasta el monigote de la columna se muetra sorprendido.
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Estaba el Melenas aplicado en su nuevo oficio, haciendo méritos para mejor conocer –quizás bíblicamente- a la Pescaera cuando quiso el infortunio que llegase el Maromo al volante de su Audi 3, harto de dar vueltas a la manzana y más quemao que el palo un churrero. El Maromo vio el hueco libre como el naufrago que avista el rescate en lontananza, y abocó la proa del Audi a puerto. En su ceguera casi se lleva al Melenas por delante, que muy torero había salido al centro del redondel y le hacía señales con el dedo de que allí no, allí aparcaba la Pescaera.
El Maromo, sin creérselo, apeóse del coche y miró de muy malas maneras al Melenas, pidiéndole al tiempo explicaciones. El Melenas no tuvo tiempo de dárselas porque en ese momento llegaba la Pescaera con su Opel Corsa y clavaba el morro justo sobre la popa del Audi, imposibilitándole de todo movimiento ni atrás ni adelante. No hizo falta que el Melenas abriera el pico; la Pescaera, llana y muy sucintamente, sobre todo sucintamente, explicó al Maromo que aquel lugar estaba reservado para ELLA porque ELLA lo había visto antes y porque ELLA trabajaba allí.
El Maromo, muy educadamente, se dirigió a la Pescaera para explicarle que no, que la cosa no funcionaba así, que los estacionamientos no se podían "pillar" y que él había llegado antes y, por lo tanto, olé ahí su gracia, iba a dejar allí su coche.
La Pescaera, menos educadamente, preguntó al Maromo si sabía lo que estaba diciendo, de qué guindo se había caído y si sabía en el fregao en que se estaba metiendo. Para apuntillar su tesis, le repitió que ella traba
jaba allí.
-Los rascacios, con la boca abierta, siguen atentos el curso de la pajarraca montada.
El Maromo se apretó los machos y contestó a la Pescaera que por él como si trabajaba en el Vaticano. Y que en vez de tanto palique lo que podía hacer era eso, irse a trabajar.
A la Pescaera le subieron todos los colores del arco iris a la cara (pero seguía igual de buena) y un fuego volcánico empezó a derramarse de sus ojos.
El Melenas, visto el cariz que tomaban los acontecimientos, optó por la inteligente medida –pa eso era de la brigadilla- de quitarse de en medio sin hacer ruido, pues para ciertos polvos no son necesarios espinosos lodos.
La Pescaera, con los brazos en jarras y el delantal arremangao, le dijo al Maromo que "sobre su cadáver", al tiempo que le llamaba caradura, machista, cobarde y poco hombre. Al Maromo, lo de poco hombre le llegó al alma.

A todo esto, hora punta, calle de sentido único, la cola de coches daba la vuelta a la manzana y el embotellamiento se hacia notar hasta el extraradio. Un inmenso coro de cláxones irritados hacía coro a la diatriba entre la Pescaera y el Maromo. También hacían coro el clan de las marías, que visto lo visto, y como todavía era temprano, habían salido de la pescadería para apoyar a su pescaera y darle la razón por activa y por pasiva, mirando al Maromo de mu mala manera y diciéndole cosas mu feas, pero que mu feas.
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-Un rape, dispuesto a morder al Maromo en los huevos.

El Maromo, se dirigió nuevamente a la Pescaera y le exigió, con dos cojones, que echara su coche patrás y le permitiera acomodar el suyo en el aparcamiento.
La Pescaera le dijo que le iba a rajar y a sacarle la cabeza como a los pescaos, e hizo ademán de irse pa él.
El Maromo, visto como cazaba la perra, pero firme en su deseo de hacer valer su derecho, se encerró en el coche y tomó el móvil para llamar a la policía. No hizo falta que marcara ningún número. En esto llegaban, atraídos por el monumental jaleo y las motos por las aceras, el Romerales y la Asun, los policías municipales de esta historia.
La Pescaera, las marías, el clan de los jubilaos y un panaero que pasaba por allí, pusieron a los justicias en antecedentes, todos a la vez, de lo que allí se cocía. La Asun se echo mano a la porra. El Romerales golpeó con los nudillos el cristal del Audi 3 y conminó al Maromo para que saliese. El Maromo le contestó que nones, que amarraban a la Pescaera o que él de allí no se movía, que moriría en su refugio "como un machote".
El Romerales y la Asun hicieron un aparte. Se les notaba incómodos, agitados, revulsos, discrepantes.
A la Pescaera le iba a dar algo.
Finalmente el Romerales se acercó a la Pescaera e intentó hacerle ver que una cosa era la educación y otra el derecho, y que si bien el Maromo aparecía como un gentuzo por,
a) No ser considerado con una mujer.
b) No ser galante.
c) No ser lo suficientemente sensible a la belleza femenina.
d) No gustarle el pescao.
No había en justicia razón alguna para quitarle el aparcamiento que ya medio tenía y que si no tenía entero era porque el coche de la Pescaera no le dejaba tirar una miajilla patrás.
A la Pescaera se le cayeron dos lagrimones como puños, se arrancó el delantal, se lo tiró al Romerales a la cara y se encerró en la pescadería seguida del clan de las marías que corrieron a consolarla. Alguna se quedó en la acera e increpaban agriamente a las fuerzas del orden público.
-Porqués una mujer; gritaba una cliente airada.
-Eso a un tío no se lo hacen; acentuaba otra que tal.
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-Mudo testigo de la tragedia, el delantal quedó abandonado sobre la acera.
Entre la Asun y el Romerales empujaron un poco hacia atrás el Opel Corsa de la Pescaera permitiendo el movimiento del Audi y que este, de una vez por todas, quedara acomodado en el estacionamiento.
Otro conocido de la Pescaera –no consta si bíblicamente- se llevó el Opel Corsa de nuevo al quinto pino.
El Maromo, una vez estacionado el coche, fue identificado muy escrupulosamente por los de la porra, que le hicieron sentir como un tío sin corazón, un egoísta, un macho engreído y un individuo asocial.
El tráfico, poco a poco, se fue restableciendo. La multitud se disolvió mientras hacían comentarios por lo bajini, la mayor parte de ellos sobre los cojones que tuvo el Maromo y lo buena qu'estaba la Pescaera.
Y yo, vendido el pescao, me vine a contárselo a sus mercedes.