La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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29/12/11

tú x siempre

. Banda sonora... para ambientar, 



Debe ser jodido que te dejen de madrugada. 
Y si la madrugada es la de nochebuena, de un chungo añadido. 
Pero así es la vida, un puro drama por cualquier lado que se mire. Eso debía estar pensando Pablo, a quien su chica dejó descompuesto, aterido y sin novia al amanecer del día 25… fun… fun… fun… 

Real como la vida misma; teoría y práctica de la soledad absoluta. Sobre la mesa su copa de cerveza vacía. En el estómago, más vacío y un nudo difícil de digerir. 
Frío glacial en el ambiente del amanecer, que no logra dominar a pesar del embozo, del cuello del chaquetón subido hasta las orejas. 

Se hace pequeño el mediterráneo para que vague su mirada perdida. Nunca más los besos con olor a Kenzo. Nunca más caricias con sabor a portal, ni pasiones derramadas en el asiento trasero del Focus. 
Y mientras la cabeza busca y rebusca, adormecida, el jarabe que calme el dolor del corazón, la mirada… que ironía, se clava en el grafitti dibujado sobre el malecón del paseo marítimo con lo que era hasta ayer; tú x siempre.


tu x siempre

6/12/11

Historias del ferro-bici; Agua Amarga.

Te voy a proponer un viaje al mar. Un viaje desde las altas tierras de Lucainena de las Torres a las blancas arenas de la playa de Agua Amarga, en la provincia de Almería.
Cuarenta kilómetros en los que, siguiendo el trazado del antiguo ferrocarril del mineral de hierro, nos sumergiremos en un episodio de la historia minera de Almería, pasando desde los 560 metros de altitud de Lucainena, parque natural de Cabo de Gata-Nijar de por medio, al nivel del mediterráneo.

El trayecto lo podemos dividir en tres partes absolutamente diferenciadas; la primera se extiende desde Lucainena a Polopos, la segunda desde aquí hasta el Argamasón y la tercera y última desde el Argamasón hasta el cargadero de Agua Amarga. La primera y tercera discurren sobre lo que fue la plataforma del ferrocarril minero y la segunda… por donde buenamente puede; que el progreso y la modernidad se encargaron de borrar las huellas de la historia a pinceladas de invernadero, naves industriales y despropósitos varios.

Agarra tu bici, agua y bocadillo, y vente conmigo; de verdad que lo vamos a disfrutar.

El recorrido, 39 kilómetros, es casi todo descendente; suavemente descendente. Con todo, existen repechos para encomendarse a la Virgen del Culillo Apretao; como la subida de Rambla Honda, o la llegada a Polopos, o el alto de Sierra Cabrera, que pondrán en apuros al ciclista piltrafilla como este que les cuenta.
De cualquier manera, y dado que los repechos no son de longitud considerable, siempre te queda el remedio de echar pie a tierra y, empuja que te empuja, terminar de subir aunque sea con el bofe fuera y de manera poco airosa.
Como yo no lo tuve que hacer, y terminé todas ellas sobre el sillín de Lagartija, no creo que nadie se vea en tal aprieto.
Y es que no conozco ciclistas menos cualificados que yo.

La literatura que a continuación sigue tiene como justificación suplir las carencias cicleras con el conocimiento del medio. Se nos podrá pues achacar que como ciclistas dejamos mucho que desear, pero al menos estaremos documentaos.
Empezamos; pon el cuentakilómetros de tu bici a cero y enfila el manillar a la torre de la iglesia de Lucainena.

Introducción
Corría el año 1893 cuando se descubrió que la sierra a cuya sombra se cobija Lucainena de las Torres escondía en sus entrañas una notable cantidad de mineral de hierro. Esto no fue casualidad; a finales del siglo XIX, en pleno despegue industrial de la vieja Europa, la industria del hierro vivía su época más esplendorosa y se buscaban yacimientos como ahora se buscan avances informáticos.
Descubierta la mina, hizo falta la unión de un inglés (Hermann Borner), un vizcaíno (Ramón de la Sota) y un alemán (Otto Kreizer) para que la constituida Compañía Minera de Sierra Alhamilla, fuera la encargada de la explotación de la mina y el traslado del mineral al embarcadero correspondiente, desde donde sería trasladado a los hornos de fundición ubicados en la lejana Inglaterra.
Se descartaron Almería, por la distancia, y Carboneras por lo dificultoso del trazado en su tramo final; siendo finalmente una zona aledaña a la barriada de Agua Amarga la elegida para construir el embarcadero.
El ferrocarril minero empezó a operar en el año 1896 y sus primeros tiempos coincidieron con los de gran prosperidad de la mina, para beneficio de sus propietarios y, en menos medida, para la comarca.
La decadencia llegó con el final de la Primera Guerra Mundial, y la subsiguiente crisis siderúrgica europea y española. Tras una ligera recuperación, la empresa continuó en decadencia hasta 1931, en que se suspendió temporalmente la circulación del ferrocarril. La actividad se reanudó esporádicamente, y durante la Guerra Civil quedó en manos de los obreros.
Ramón de la Sota fallece en 1936 y, después de la guerra, las autoridades franquistas incautaron sus propiedades por su militancia nacionalista. Tras efectuar un cuantioso desembolso a fin de reparar la línea, se comprueba que los criaderos estaban agotados y en 1942 cesó por completo la explotación.
El último barco en cargar mineral en Aguamarga fue el Bartolo, en los primeros meses del año. Y decimos en los primeros meses porque el 6 de marzo sería hundido frente a las costas de Marsella por el submarino alemán HMS Taurus.
No queda nada del gran muelle metálico, más de 70 metros de largo, bajo el cual ofrecían los cargueros la boca de sus bodegas a las vagonetas que se situaban sobre el mismo.

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Km. 0.- Hornos de calcinación.
Situados a la falda misma de la sierra han sido restaurados en el año 2010.
Ocho hornos que se utilizaban para aumentar el tenor metálico del mineral que posteriormente el tren trasladaría hasta el cargadero de Agua Amarga; mudos testigos del esplendor minero de esta comarca cuando tocaba saltar de un siglo a otro.
En sus inmediaciones se ha habilitado un amplio aparcamiento que nos servirá para dejar los vehículos en los que transportamos nuestras bicicletas.
Para llegar al mismo hay que tomar, a la entrada del pueblo, la carretera local que lleva a Turrillas y a un kilómetro aproximadamente encontraremos, a la izquierda, el desvío para llegar a los hornos.

Km. 0’790.- Casco urbano de Lucainena de las Torres.
O de las siete torres, como se llamó en la antigüedad; vigías que en el siglo XVI servían de alerta a los habitantes del pueblo, entonces alquería musulmana.
Llegamos al pueblo por el Camino de las Minas y entramos al mismo por la calle Unamuno, a espaldas de la iglesia de Santa María del Monte Sión (que ya hay que rebuscar). Una vez rebasado el mirador del Poyo de la Cruz, antesala de la iglesia, bajaremos hacia la entrada del pueblo buscando la Casa de la Compañía de Minas y el propio inicio de la Vía Verde (¡ojo!, que tendremos que recorrer unos doscientos metros por dirección prohibida; nada del otro mundo dada la escasa circulación del lugar).
Para antes de comenzar a biciclear recomendamos una visita a la plaza del ayuntamiento, donde se ubica un bar con una coqueta terraza, a los lavaderos públicos –en la parte alta del pueblo- y al restaurante Venta Museo, donde a la par de admirar lo que allí se expone al visitante, podremos degustar los platos típicos de la tierra.
Con todo, los primeros vestigios de población en el lugar se remontan a la era de la ocupación romana, villa entonces del patricio Lucainos, y por esto conocida por Locaynena.
En el año 1998, le fue concedido al pueblo el premio nacional de embellecimiento.

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Km. 1’340.- Entrada a la Vía Verde acondicionada.
Situada frente a la Casa de Dirección de la Compañía Minera; exquisitamente conservada y en la actualidad escuela pública Diego Ropero.
Justamente aquí es donde tenía yo que insertar una fotografía de la dichosa Casa de Dirección pero… se me ha perdido.
Tendrán que esperar pues sus mercedes a que pueda deshacer el entuerto. Y ello pasa, necesariamente, por volver a Lucainena; que todo lo que aquí se cuelga es producto original y cien por cien ecológico.

Km. 1’400.- Estación de Lucainena.
Coqueta estación que pretende retrotraernos a la entrada del siglo. Sirve como oficina de turismo y el ferroviario reloj colgado en su fachada nos despedirá en nuestra travesía.

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Km. 3’650.- Área de descanso.
La verdad es que para el ciclista que nos ocupa, aunque sea piltrafilla, aún no será el momento de descansar de nada pues nada nos habremos cansado, pero está terminada con buen gusto y lo bien hecho… bien parece.

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Km. 6’100.- Noria de sangre.
La vemos, rodeada de palmeras, a la izquierda del camino.
Ya en desuso, se llamaba de sangre a la noria que era tributaria del animal o del hombre para ser movida, al contrario de otras que se movían por la fuerza del agua o del viento.

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Km. 6’270.- Final de la Vía Verde acondicionada.
Hasta aquí llegó el Ayuntamiento de Lucainena en su proyecto de Vía Verde, proyecto en el que no se implicó quien de verdad debía implicarse. Aunque escaso el trayecto, debemos agradecer a este Ayuntamiento el esfuerzo realizado. Ojala lo continúe quien tiene medios para ello.
A partir de aquí, hasta Polopos, la vía discurre –en su mayor parte- por lo que fue la antigua plataforma del ferrocarril. Vía “ciclable” que quiere decir que en teoría, y siempre en teoría, tiene preferencia de paso el ciclista.
Nunca estará de más circular con precaución, si bien es cierto que por esta carretera no circulan ni los grajos, exceptuados los cuatro lugareños que tienen por allí sus fincas de labor y se desplazan a la misma para atenderlas.

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Km. 7’870.- Puente de la Rafaela.
Sólo quedan los sillares del mismo, que se situan a la izquierda del camino. En invierno el cauce suele llevar agua, pero nada desde luego que nos impida el paso.
Rebasado el puente toca subir una cuestecilla de las de bajar el plato y apretar el culo hasta alcanzar, nuevamente, la plataforma de la vía.

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Km. 10’520.- Túnel de Polopos.
No iluminado; ni falta que le hace, pues mide solo unos treinta metros. Ingeniería pura de pico y pala. Aquí, ni excavadoras ni nada que se le pareciese. Si acaso, los dientes.
Deberá tener cuidado rebasado el túnel; a la derecha se sitúan unos cortados, sin protección, por los que no es nada aconsejable despeñarse.

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Km. 11’700.- Puente de Rambla Honda.
De este puente, al igual que en el de la Rafaela, sólo quedan los sillares; pero impresiona la solidez y magnitud de la obra para un tiempo en el que todo se hacía a golpe de brazo.
Desde aquí, hasta el km. 12’130, desaparece el firme asfáltico de la carretera y circularemos por el camino terrizo que conforma la rambla.

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Km. 14’380.- Polopos
Tras superar la mayor subida que encontraremos en el recorrido, resoplando del esfuerzo y acordándonos de san Apapurcio bendito, llegamos a la pequeña barriada de Polopos. Conjunto de casitas achaparradas blanqueadas de cal y con aire mexicano que ha hecho fuera el marco elegido para rodar los exteriores de un buen número de producciones cinematográficas:
-Tu perdonas… yo no; con el Terence Hill y el Bud Spencer.
-100 rifles, otra del oeste.
-Cabalgando al infierno.
-En la boca del diablo (de la serie de tv Curro Jiménez).

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Km. 18.- Paso bajo la autovía A-7.

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Km. 19’860.- Alto de la Venta el Pobre.
Otro pequeño repecho que encantará a los más avispados del pelotón nos dejará junto a la torre de la Venta el Pobre.- Aquí tendremos que tomar un desvió a la izquierda, junto a la planta que fabrica elementos de hormigón para el trazado del AVE y enfilar dirección Carboneras.

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Km. 20’600.- Estación de Servicio GALP.
Nuestras cabalgaduras no necesitarán repostar en ella. Toma el camino que, paralelo a la N-341 y por la izquierda, enfila hacia el mar.

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Km. 22’600.- Cruce de los Alamillos.
No hay foto; se me acabó el carrete y, para cuando quise poner otro, la bici ya había dejado atrás el lugar.
Nosotros… to tiesos; seguimos por el trazado que, paralelo a la N-341, nos lleva como dirección Carboneras.

A la altura del km. 23’100 el camino presenta una nueva bifurcación. A la izquierda para Los Alamillos; nosotros seguimos de frente.

Km. 24’230.- Sierra Cabrera.
Hemos comenzado a subir una nueva rampa.- A la derecha nos saluda el cartel que nos indica estamos en el paraje de Sierra Cabrera.
Alcanzaremos el alto en el km. 25’800; quizás sea un buen momento para echar pie a tierra, beber un trago de agua y comer lo que quiera sea que llevemos en la mochila. Lo peor, ya ha pasado.

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Km. 29’280.- Salto de la N-341.
Es aquí donde habremos de saltar la N-341 al otro lado.
Precaución porque la circulación es intensa y el lugar no tiene muy buena visibilidad.
Ahora circularemos por el arcén de la N-341, dirección Carboneras, aproximadamente durante un kilómetro. Justo hasta el…

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Km. 30’160.- Cruce del Argamasón.
Que veremos a nuestra izquierda. En esta rotonda o desvío es donde tendremos que buscar (está disimulado), el pequeño sendero que nos llevará hasta la plataforma de la antigua vía del ferrocarril minero. Yo os la señalo con una flecha vertical. Si te pierdes aquí, es que te pierdes en el pasillo de tu casa.

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Toma como referencia la torre eléctrica para alcanzar la plataforma del ferrocarril

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Km. 30’350.- Plataforma del ferrocarril minero.
Ya estamos nuevamente sobre la plataforma del antiguo ferrocarril. Las verticales paredes de una trinchera majestuosa nos van a servir de entrada en la tercera y última etapa del recorrido.

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Km. 33’380.- Cruce de las Antenas.
Ojo con la navegación y no te pierdas. Llegados a este punto, a tus espaldas las antenas que ves en la foto, tienes que tomar el camino de la izquierda, el señalado por las flechas.

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… y esto es lo que tendrás a tus espaldas:

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Km. 34’690.- Desvío del puente roto.
Aquí no te ibas a perder, pero tendrías que volver sobre tus pasos. Si no tomas la bifurcación a la izquierda, la que indican las flechas, te encontraras a cien metros un puente derruido e insalvable. Así pues toca utilizar itinerario alternativo. Ten cuidado porque hasta volver a alcanzar la plataforma del ferrocarril la vereda es muy “técnica” (llámase técnico al camino hecho una mierda, con piedras y canchales sueltos, poco llano, muy dado a partirse la crisma).

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Km. 37’830.- Urbanización de Agua Amarga.
Hemos llegado casi al final del recorrido. Bordearemos esta pequeña urbanización por el camino que indican las flechas y accederemos a la carretera local que va desde Agua Amarga a Carboneras. Al acceder a su firme tomaremos a la derecha (km. 38’210) y doscientos metros más adelante (km.38’430), el desvío a la izquierda que nos llevará al cargadero del mineral, que ya vemos a lo lejos.

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Km. 38’950.- Cargadero de Agua Amarga.
Hemos llegado a la meta.
El tiempo que yo tardé, parando a tomar anotaciones, alguna foto, y un poco de charla con las perdices y los conejos del camino –que te saldrán a espuertas- fue de tres horas aproximadamente. Los que yo ví se pusieron muy contentos; todos se alegraban de que pasara alguien por allí que no iba a pegarles tiros.
Antes de entrar en el cargadero, propiamente dicho, podrás admirar a la izquierda un aljibe típico y en muy buen estado de conservación.
Desde el alto, a tus pies, la barriada de Agua Amarga y su paradisíaca playa. Busca la terraza de cualquier bar; toca comentar, en amable camaradería, las incidencias del camino.

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Hasta la próxima, ciclista piltrafilla. Gracias por compartir esta aventura con el Capitán Pedales…

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Este cristalito tiene su reedición el 26 de febrero de 2017, en el que acompañado de mi nieto Rubén abordamos nuevamente la travesía.
Aspectos a destacar:
1. Las administraciones de los ayuntamientos implicados en el desarrollo de esta Vía Verde no sólo no han cumplido lo prometido respecto de la finalización de la misma, sino que la parte ya realizada por el de Lucainena se está viniendo abajo sin que nadie le ponga remedio. Más de lo mismo y nada de que sorprenderse.
2. Rubén sube las cuestas como las lagartijas las paredes.

Estrenamos nuestro nuevo sistema de gps que nos asegura que la distancia recorrida es de 39’520 metros, la elevación ganada 234 metros y la perdida 778, así como que invertimos en el recorrido un tiempo de 2 horas y 47 minutos, sin parar ni a echar el bocadillo.

Unas imágenes para que el trago se les haga más llevadero:

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Bueno… a fuerza de ser justo habría que indicar que la administración ha colocado, en algún cruce conflictivo, unos indicadores para facilitar la orientación del caminante despistado. Les ha salido a dos euros el palo.

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… al Cesar lo que es del Cesar.

15/11/11

la guerra olvidada.

Dentro de unos días, el 23 concretamente, haremos memoria del 54 aniversario del inicio de la guerra olvidada.
Porque no fue la Guerra Civil el último conflicto bélico en el que nos vimos envueltos. Después de eso, justo en noviembre de 1957, nuestra tradicional amistad con los moros escaló un paso más en su hipocresía y nos vimos en la necesidad de pegarnos de hostias para defender las plazas coloniales que manteníamos en el norte de África; les estoy hablando de Sidi-Ifni.

Aquel día el príncipe Muley Hassan, luego Hassan II, lanzó contra los nuestros, sin previa declaración de guerra, a todos los moros puñeteros, a los camellos rabiosos y hasta a los babuinos del desierto.
La morería lo tuvo fácil porque además de pocos, nuestra escasez de medios era patética y escandalosa. Cito como ejemplo el que el calzado de los soldaditos, para combatir en los pedregales del desierto, eran unas alpargatas. Y eso el que las tenía.
Nos las dieron de todos los colores. Tanto es así que en poco más de seis meses, que fue el tiempo transcurrido hasta que a los moros se les terminaron las balas, dejamos allí más de doscientos muertos y casi seiscientos heridos de consideración.

Don Paco, en vez de enviar medios de guerra con que los nuestros se pudieran defender mejor, les envió a Carmen Sevilla y a Gila, que por entonces no era rojo… ni siquiera rosa. Con Carmen nuestros soldados se hacían muchas pajas y eso les aliviaba la tensión; con Gila se reían mucho… sobre todo cuando les contaba aquello del teniente que había metido la cabeza en el cañón para comprobar si estaba limpio, y luego no la podía sacar.
Pero los muertos eran de verdad y entonces se les quitaban las ganas de reír.

Como lo políticamente correcto entonces (y ahora), era vender nuestro cariño fraternal con los moros, el régimen se encargó de aplicar una férrea censura que evitara que el conflicto trascendiera más de lo debido. Y tan bien la aplicó que aún ahora nadie quiere reconocer a los que allí estuvieron, o a sus herederos, que aquello fue una guerra breve pero cruel, pobre pero sangrienta; una mierda de guerra.
Es por eso que los pocos supervivientes que aún quedan de aquella tragedia, se descojonan de la risa cuando oyen hablar de la Ley de la Memoria Histórica.

Aquí seguimos; besándonos en los morros con el moro de cara a la galería. Pero jodiéndonos la vida desde principios del siglo XIX hasta ayer mañana.

el nido

24/10/11

Una de fantasmas

Música para ambientar...


No, no se me alarmen. No voy a tratar de nadie cercano. Ni me crean influenciado por la presencia de fantasmas a mi alrededor. Los fantasmas con los que me trato, y puedo por tanto traer a La Vidriera, son fantasmas de mucha prosapia y poca malaje; fantasmas de calidad, en todo caso, y no fantasmillas de tres al cuarto.

El caso es que ya que andamos por tierras de la Alcarria, acabaremos el ciclo tratando el terrorífico asunto del fantasma del castillo de Zorita.

Hace unos días les hablé de doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli. El castillo que ven abajo, a la orilla del Tajo –me ha salido un pareado-, fue en días de su marido, Ruy Gómez de Silva, el portugués. Hoy es de propiedad privada, se puede visitar libremente y está hecho… con perdón, una mierda. Son más las piedras que ya cayeron que las que se mantienen, y su conjunto sólo inspira compasión.

Compasión y miedo, porque sobre el susodicho castillo se cierne -se estremecerán la noche del 2 de noviembre- la tenebrosa leyenda de su fantasma.

Bien, pues como les decía, cuentan los viejos del lugar que la noche del 2 de noviembre de 1572 llegó a las puertas del castillo un carromato ocupado por un noble que, tras raptar una monja del convento de clausura de Alba de Tormes, huía de la justicia. La monja, se supo luego, había sido internada en clausura tras no querer acceder a los requerimientos del rey (…al pobre se le negaban todas. Es por eso que, para entretenerse, se fue al Escorial a construir un monasterio).
Quiso la mala suerte que los amantes fueran descubiertos por un correo del rey, que enmalahora se hallaba en el castillo.

Puesto el hecho en conocimiento del señor feudal, la inquisición con el aliento en su cogote, hizo que el conductor de la calesa fuera apresado y ahorcado aquella misma noche, el noble quemado en la pira y la monja encapsulada viva en las paredes del castillo. Mientras esto ocurría, el agua del Tajo comenzó a hervir y la temperatura en el interior del castillo bajaba a tal punto que hasta el vino se congeló en las jarras, fenómeno dicen que, cada noche del dos de noviembre, cuando las ánimas se pasean por el olivar que rodea el pueblo, vuelve a repetirse mientras en el aire, lejana y como enterrada, se oye la voz de la monja que solloza: Sólo era amor… sólo era amor…

¿Entienden sus mercedes de amor?


Castillo de Zorita

18/10/11

la historia según Mairena; doña Ana

Esta mañana, que me he levantado histórico, voy a hablarles de doña Ana.
Doña Ana de Mendoza de la Cerda –con perdón-, condesa de Melito; personaje al que me ha llevado, por aquello de la lógica contagiosa, el machaqueo continuo al que me someten con la vida de otra aristócrata, doña Cayetana, tan avanzada a su tiempo como mi protagonista.

Doña Ana, de quien cuentan las crónicas que estaba de toma pan y moja, casó por imperativo social a los doce años con un portugués pleyboy y gilipollas que nada más bajar del altar se marchó a estudiar inglés a la city –de ahí lo de gilipollas-, circunstancia por la cual Anita se plantó en los 17 sin comerse otras roscas que las que su natural curiosidad y deseo le proporcionaron. Y, también a decir de las crónicas, se comió unas cuantas.
No sería justo dejar de mencionar que cuando el portugués regresó, con el inglés ya aprendido, recuperó el tiempo perdido y le hizo a doña Ana diez hijos como diez soles.

Por esas, y otras nimiedades, se llevaba a partir un piñón con otra top-woman de la época, Teresa, Teresita de Ávila, ya saben… aquella del vivo sin vivir en mí.
Tan a partir se llevaban que las lenguas –malas, desde luego- aseguran que en alguna que otra ocasión se agarraron de los pelos, para jolgorio de la corte de Felipe II, el buen rey.

Buen rey que no dudó en encerrarla durante largo tiempo en el palacio ducal de Pastrana.
Aquí la historia se muestra confusa; no quedan claros los motivos que llevaron a Felipe a firmar la orden de encierro. Algunos historiadores apuntan a la vida desenfrenada de doña Ana una vez enviudó, otros a que se metió en política y se afilió al partido republicano. Mis pesquisas sobre el asunto, que beben de fuentes de todo mérito y confianza, apuntan más bien a un ataque real de huevos una vez el monarca recibió la negativa de doña Ana a que plantara nabos en su huerto y si se lo permitiera, sin embargo, a su secretario Antonio Pérez; hombre este que podría poseer nabos de extraordinaria calidad, pero no era más que secretario.

Allí, encerrada en aquel caserón, doña Ana vivió los últimos años de su vida asomada al balcón desde el que se le permitía –una hora al día- la contemplación de la vida alcarreña. Es por eso que aquella plaza, desde entonces, se conoce por la Plaza de la Hora.

Contemplación -he dejado a propósito este apartado para el final- que sólo podía hacer a través de su único ojo con visión, el izquierdo. Leerán por ahí que el derecho lo perdió, de niña, en desafortunado lance de una sesión de esgrima. Más mentira que el evangelio.
El ojo lo perdió en el transcurso de un partido de fútbol femenino. El entrenador del equipo contrario, Mouzinho, portugués y colega de su marido, enterado de las fogosas andanzas de doña Ana, quiso vengar las afrentas a su amigo y lo hizo metiéndole un dedo en el ojo en el transcurso de una algarada tras que el árbitro pitara un discutido penalti. Sólo le castigaron con dos partidos de suspensión.


De la hora.

Palacio Ducal de Pastrana.- Guadalajara.- Plaza de la Hora.- Balcón de la Princesa.

9/8/11

la cosa esa del Freestyle.

Lo que les voy a contar hoy quizás no represente más que el episodio de babas de un abuelo chocho. Asumiré el riesgo de que así sea.
Con todo, eso se verá pasados unos años, cuando mi nieto… a quien finalmente va dirigido este cristalito, se encuentre en condiciones de leer… y entender, la experiencia mágica –no voy a decir religiosa- de una noche de verano.

Porque la noche del pasado sábado, cogidos de la mano, nos fuimos a ver… como moteros de toda la vida que somos , un espectáculo de Freestyle en el circuito de Cuevas del Almanzora.

Y es que a Sergio le cautivaron las motos desde que vio, y oyó, la primera de ellas en la calle. Él las clasifica en tres categorías, las motos que corren, las motos que saltan… y las demás. En esta ocasión tocaba disfrutar de sus preferidas, las que saltan.

Y los mejores de los mejores, Torronteras, Dylan Trull, Pedro Moreno…, nos hicieron disfrutar viendo la de tonterías que se pueden hacer –sabiéndolas hacer- con una moto. El Torronteras se tiró el detalle, además, de regalarnos una divertida e inesperada sesión de showman vocal.
El Freestyle es un espectáculo de música, luz y acróbatas en motocicleta; el Freestyle es magia.

Empero, el espectáculo, para este abuelo chocho, no estuvo en la pista sino en la grada. En la cara y en los ojos de Sergio, alucinado por la borrachera de sensaciones que se le venían encima empapándole como una tormenta de verano y de la que tuve la fortuna de disfrutar.

Ni siquiera la presencia de un grupo de tontos del culo, sentados a nuestra vera, pudieron amargarnos el rato. Los muy capullos no tuvieron otra idea más original que acudir el espectáculo acompañados de una motosierra dispuesta al sacrificio. Desprovista de la hoja de serrar, la maquinita fue utilizada –hasta la extenuación- como un artilugio de producir ruido. Y tanto ruido produjeron los muy anormales que terminaron por reventar la dichosa maquina, que terminó con las bielas fundidas y el aceite esparcido en los asientos que los descerebrados ocupaban. Ojala hubiera pasado bastante antes.

Sergio, cada vez que veía la intención de uno de ellos de arrancar el artefacto, se llevaba los deditos a los oídos y me miraba como preguntando… ¿tenemos que aguantar esto?.
Pues no tuvimos más remedio que aguantarlo porque no nos fue posible cambiar de ubicación dado que el recinto estaba hasta la bandera. Para el año que viene, si repetimos, ya andaremos más avisaos en cuanto a la ubicación.

Ya casi al final, de postre, como bálsamo infalible para olvidar la banda del motosierra, Hugo Arriazu nos regaló la originalidad de realizar un back-flip pilotando un… quad; lo nunca visto.

Por si a mi cuidado acompañante le quedaba algún hueco donde guardar emociones, a la salida del evento le compré una pequeña moto de juguete -réplica de las que había visto- en uno de los tenderetes que rodeaban el circuito. La noche del sábado durmió sobre esa moto, mientras realizaba arriesgadas piruetas a la luz de los focos.

El mágico sueño de una noche de verano.
Tan mágico como el momento en que Sergio llegue a abrir esta ventana para recordar que, su primera asistencia a un espectáculo de este tipo fue de la mano de su abuelo. Y que su abuelo estuvo encantao.

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5/8/11

la piel a tiras

Disculpen que les hable bajito, es que no me sale la voz del cuerpo… aún.

Desde ayer conozco la sensación –ad litere- de lo que uno pasa cuando le arrancan la piel a tiras.
También sé, esto ya de antes, que el hombre es el bicho que tropieza dos veces en la misma piedra. Pocos días antes de practicarme la vasectomía, un amigo, pongan lo de amigo entre comillas, me aseguró:
-No te enteras de ná.

Llevaba razón. Tras recibir cuatro banderillas negras en el perímetro de los huevos, a modo de anestesia, perdí el conocimiento y cuando desperté –ya en la sala de reanimación- lo mismo daba que hubieran hecho una vasectomía, una ligadura de trompas o una capadura en toda regla. Ni que decir tiene que a este "amigo" no he vuelto a dirigirle la palabra.

Ayer pasó algo parecido. A las cinco de la tarde, hora taurina y premonitoria donde las haya, estaba citado en el Instituto Glamourmen para depilarme la espalda… a la cera.
Vaya por delante que uno es hombre de pelo recio, abundante, varonil, algo parecido al hombre-lobo.
Pregunté si iba doler y ella, candorosa, susurró… un poquito. A los quemados de la Inquisición, a los desollados en el potro, debían decirle lo mismo.
Tendido sobre la camilla, decúbito prono, indefenso, me dejé hacer… y la confianza mata.

La marmita de la cera hervía, y el burbujeo de aquel mejunje anaranjado y espeso me puso la mosca detrás de la oreja; luego vino lo que vino.
El primer alarido se oyó –dicen los vecinos- en casi todo el barrio. Cuando ya el grito no era posible porque mi garganta se había secado, se me escaparon dos lágrimas como puños, y cuando quedé sin lágrimas lo que escapó –creo-, al tiempo de un nuevo arrancamiento en las partes blandas, fue un estruendoso peo que debió sonar a alarma de fusión nuclear porque puso a la esteticien en fuga por los pasillos dando grititos de horror, no sin antes tirar la cuchara en el cazo de la cera y salpicar de mala manera la inmaculada limpieza de la sala.

Esta vez no perdí el conocimiento, aunque si la compostura. Me quejé amargamente a la dirección.

De cualquier forma, la culpa no es mía. Estas cosas se avisan, se previenen, se amortiguan, se citan en la publicidad.
-Mira Juanito, que esto duele.

Y ya uno se hace su composición de lugar y sube a la piedra del sacrificio sabiendo que le espera… si es que sube.
Luego lo quisieron arreglar con masajitos en la espalda, caricias varias y mimos comerciales, pero ya el mal estaba hecho; yo ahí no vuelvo.

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Camilla de terapia del Instituto Glamourmen. El agujero del centro pueden imaginar para lo que es.

17/6/11

la ruta de El Quijote

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Los vientos en esta ocasión nos empujaron a Lagartija y al que les cuenta a las estribaciones de la sierra de Alcaraz, allá por donde don Alonso Quijano, a lomos de su enflaquecido Rocinante, hizo camino al andar tierras albaceteñas. Fue buena cosa presentarnos tan bien pertrechados como acompañados; las aventuras, si son en compañía, son doblemente placenteras.
Esta es también, por ello particularmente entrañable, la tierra de mi colega en las tareas de fotografiar don Francisco García (a) Recesvintus, poseído como yo por el demonio de la imagen; el cual, enterado de tan asombrosa singladura, me ha hecho la promesa de obsequiarnos, cuando sus obligaciones se lo permitan, con algún fragmento del viaje según su particular versión; fragmentos que traeremos aquí en cuanto nos sea posible.

A unos 80 kilómetros de Albacete, Alcaraz resulta una villa compuesta por una Plaza Mayor y unas cuantas casas que la rodean.
A pesar de la simpleza de la definición, que en ningún modo quiere resultar ofensiva para los alcaraceños, no encuentro otra que la defina mejor porque… señores míos, la referida plaza es razón bastante y suficiente para visitar la villa.

También es verdad que pueden admirar las ruinas del castillo árabe, las del acueducto, el santuario de Nuestra Señora de Cortes, la original plaza de toros, la tumba del sanguinario Pernales, la tienda-museo de don Antonio Tébar –con el que intimé al abrigo de la lluvia-, la torre de Gorgojí y, seguramente, algunas excelencias más, pero todas quedan empequeñecidas ante la majestuosidad de la Plaza Mayor, con sus torres de la Trinidad y el Tardón, los arcos de las tres lonjas y el portillo del Arco de Zapatería, que duermen todos vigilados por la atenta mirada de don Andrés de Vandelvira, verdadero impulsor de estas maravillas y cuyo busto se encuentra frente a la puerta de la iglesia parroquial.

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Esta vez fijamos nuestro cuartel general en el Hostal Mirador Sierra de Alcaraz. Del lugar destacaremos su patio interior y el comedor, de los que dejamos muestra gráfica por aquello de que más vale una imagen.
Llegados a la posada en la tarde del jueves santo, fue parar el motor del coche y abrirse los cielos hasta el punto que mucho dudamos que al día siguiente pudiéramos cumplir el objetivo que hasta aquí nos había traído, biciclear la Vía Verde de la Sierra de Alcaraz.

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Guarecida Lagartija y sus compañeras en las cuadras, me dispuse a una primera toma de contacto con el paisaje y el paisanaje. Dado que la lluvia torrencial que caía me impidió lo primero, prosperé en lo segundo, teniendo la fortuna de conocer a don Antonio Tébar, un pedazo viviente de la historia de Alcaraz que me impartió algunas lecciones sobre aquel sitio. Una historia, un lugar, que él pretende resumir en su tienda-museo, en el número 15 de la calle Mayor.

A la mañana siguiente la lluvia continuaba persistente, pero se abrían grandes claros al oeste. Ello nos animó a enjaezar las cabalgaduras y preparar la partida.
El trayecto a recorrer era desde Alcaraz a El Jardín y vuelta, sesenta y pocos kilómetros en total, por una vía perfectamente acondicionada pero escasamente –muy escasamente- informada. Baste decirles que para encontrar el inicio de la Vía, en las proximidades de Alcaraz, hubimos de implorar la intervención de la Virgen de Cortes, vecina del lugar.
A nuestras preguntas al paisanaje sobre el porqué de la inexistencia de señales, se nos advirtió que “no hacían falta”, ya que “todo el mundo” conocía cómo y por dónde se llegaba a los lugares que buscábamos.

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La vereda se inicia con uno de los numerosos y largos túneles que jalonan el recorrido. En la mayoría de ellos no funcionaba la iluminación, pues esta se alimenta de placas solares y, como ha quedado relatado, el tiempo no estaba para bromas. Tanto es así que tuvimos que guarecernos en él mientras preparábamos los aperos de guerrear… digo, viajar.

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De cualquier forma, del rey abajo ninguno, una vez sobre el viaducto de Solanilla dejó de llover y pudimos hacer el resto de la ruta con los neumáticos de seco.

De admirar el referido viaducto (una grandeza), el firme de la totalidad de la vía (ya puede caer agua que la resistirá gracilmente), la trinchera derruida del Salinero, las estaciones ruinosas del Salinero y El Jardín, la reconvertida en alojamiento rural de El Robledo, la laguna del Arquillo y la arboleda de Los Chospes.

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Llegados a El Jardín, con más hambre que pillabichos, resultó clamorosa –nuevamente la falta de información- la ausencia de carteles indicadores de por donde quedaba la zona de restauración. A falta de estos carteles, tuvimos la desventura de conocer un erudito de la ruta que nos aseguró que, a las dos, fijo que llovía. E iba a llover de forma cierta porque su Aipod de la leche estaba conectado con no sé cual satélite –pa satélite él- que así lo aseguraba.
Ante esta más que cierta predicción, logró meternos las cabras en el corral, y nos apresuramos en la vuelta; dejando atrás –según conocimos luego- una excepcional área de servicio de la carretera N-322, que se encuentra oculta por un bosque de chopos y a la que la generalidad de los cicleros no llega porque no se encuentra ni medianamente informada. Ya nos quedó claro al inicio que no hacen falta tales indicadores; to el mundo sabe donde están las cosas.

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Una vez en el Robledo, ya de vuelta, acuciados por el mordisco de la hambruna, y ante la permanente ausencia de información sobre el particular, abandonamos de forma temporal la vía verde y nos internamos en la carretera N-322 que nos llevó a la Venta Bonanza, donde comimos de lujo por precio de pobre. Recomendamos sinceramente el lugar y el gazpacho manchego que allí nos ofrecieron. Para el profano, advertir que nada tiene que ver –y menos que nada en el nombre- con el gazpacho andaluz, pues una es comida de invierno y la otra de verano.

Bien comidos y bebidos, muy a nuestro pesar, nos vimos obligados a cabalgar de nuevo para regresar al punto de partida, objetivo que logramos sobre la hora torera de las cinco de la tarde y sin que cayera una gota sobre nuestras monturas; detalle este que deja en bochornoso lugar al erudito del Aipod.

Fue luego, las cabalgaduras ya en los corrales, duchaos… limpiaos y perfumaos, más bonitos que un san luis, cuando el cielo decidió que el tiempo de clemencia había concluido. Pero para entonces ya estábamos sentados a la mesa de una cafetería en la calle Comedias, haciendo los honores del típico atascaburras.
Y con un atascaburras en el plato, ya puede caer agua.

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