La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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11/7/08

Crónicas Teruelinas / donde anida la cigüeña.

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Este capítulo, epílogo de las crónicas, quizás no debiera llamarse así, pero tampoco veo la necesidad de buscar titulares donde debería haber contenidos. Dejémoslo estar.

En mi mocedad viví en Soria un considerable número de años. Soria me trató bien, es una ciudad pequeña y pulcra, acogedora, limpia... pero al final pudo más la llamada del mar nuestro. Siempre el mar.

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(*) Pongan sus ojos en el horizonte, por Dios, es el Monte de las Ánimas.

Casi todos los recuerdos que almaceno de aquellos tiempos son agradables, aunque la memoria se hace perezosa.
Y de vez en cuando acudo a beber de esos recuerdos; cielos limpios, calles solitarias, amigos entrañables, frío en la cara y don Antonio en el ambiente. Siempre don Antonio.

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... conmigo irás mientras proyecte sombra mi cuerpo,
y quede a mi sandalia arena.

He vuelto a pasear la orilla del Duero, allá por San Saturio, tomar café en el Espolón con mi amigo Barrón, recogerme en San Juan de Rabanera y llorar en Leonor todos los sueños que pudieron ser y no fueron.

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Soria sigue bien conservada y los años le van sentando bien. Cuando uno sea ya ceniza del hogar de alguna mísera caseta, seguirá valiendo la pena a los que nos siguieron hacer por conocer esta ciudad que enamora, como vuelven cada año las cigüeñas que, agradecidas, colocan sus nidos en las espadañas de cada iglesia.

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Soría, pura cabeza de extremadura, donde anida la cigüeña y la eterna melancolía del mayor de los Machado.

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Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
El olmo seco siempre me sonó a catecismo. Y el caso es que me confieso agnóstico.
Hasta aquí hemos llegado. Las he disfrutado.

9/7/08

Crónicas Teruelinas / de exposiciones y otras andanzas.

Dejando probada la existencia de Teruel, encaminé mis pasos a la orilla del Ebro, donde la cosa esa que se ha dado en llamar la Expo-Agua 2008.
Sé que lo que escribiré podrá no gustar a mis amigos maños, ni a mis enemigos de cualquier lado que sean, pero me acojo a la libertad de expresión y al sano derecho de incordiar de vez en cuando. Al fin y al cabo uno no es para nada nacionalista y considero el invento ese del agua tan suyo como mío. Y si esta vez la cagamos, no estará de más confesar que la cagamos.


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Me da la impresión que es que “tocaba” hacer algo de esto por aquello del turismo, el desarrollo económico y el “ahora me toca a mí”. Y allá nos liamos la manta a la cabeza y tiramos p’alante sin ponderar debidamente factores como la necesidad, la oportunidad… y las ganas. Y así nos ha salido. Lo siento por los mañicos, la Pilarica y por mi mismo.

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* Pabellón del Agua.

Además, pesado lastre, uno llevaba como referencia la exposición universal de Sevilla. Referencia fallida, error de bulto. Si las comparaciones son odiosas en general, aquí resultan sangrantes.

Una vez en el recinto convine que lo mejor, para empezar, sería subir al telecabina y desde las alturas hacerme una idea de conjunto. El conjunto resultó más bien escaso.

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No quiero aburrir a sus mercedes con una descripción detallada de lo que vi, lo que no vi o lo que me hubiera gustado ver. Pero no puedo resistir la tentación de contarles la cutre presentación de algunos de los ¿pabellones? que más parecían casetas de feria. Especialmente doloroso en el caso de aquellos que en su interior sólo contenían puestos para la venta de baratijas o productos del país, como los instalados en el mercadillo de mi pueblo, o aquellos otros que se limitaban a almacenar una sucesión tediosa de pantallas de plasma con vistas y datos del país en cuestión.

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* Puertas del pabellón de Marruecos.

Hubo sin embargo tres cosas que me gustaron. Diría incluso que me entusiasmaron.
El audio-visual del pabellón de Polonia , la exquisita elegancia y finura del pabellón de Marruecos –quién lo iba a decir- y una azafata del pabellón de Turquía que, por si sola, habla de las excelencias del país otomano y que, a mi pesar, no pude fotografiar –una imagen vale más que mil palabras- por razones que no conviene exponer en este momento.
Ya saben, conflictos diplomáticos entre naciones.

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Derrengados, dolorosamente conscientes de nuestra ya muy escasa capacidad para el asombro, tomamos el camino de salida.
Los precios de la tienda-expo, sino sorprendernos, nos hicieron jurar en arameo.
Bajo un sol de justicia, no había en la salida ningún autobús que nos regresara al aparcamiento. Cuando llegó uno –lo juro por el capitán Trueno- era la hora de comerse el bocadillo su conductor y nos obligó, autocar cerrado, a solearnos quince minutillos más.

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* El del bocadillo es el de la derecha.

Uno, en su cristiana paciencia, ve de justicia que los conductores de autobuses de la Expo se alimenten. Es más, que coman sentaditos al fresco y sin apresurarse por aquello de los atragantamientos. Y no un bocadillo, sino una comida en condiciones. Pero… ¡COÑO!... no a costa de los exhaustos expo-turista que, dicho sea de paso, eran pocos y nacionales.

Deseo de corazón que la Pilarica tome cartas en el asunto y les eche no una mano sino las dos y el manto y que la cosa se reconduzca de modo que, al menos en lo económico, la cosa no sea un descalabro.

Lo expuesto y el como, eso ya no lo arregla ni el mismo Altísimo que bajase en su acepción de mago de panes y peces.

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8/7/08

Crónicas Teruelinas / las tierras de Ibn Razín

"Tengo las cinco cualidades para pasar entre los hombres;
Sabiduría, paciencia, un punto de atrevimiento, el don de la oportunidad y el silencio"

(Abu Meruan Abdelmelic, poeta y gobernante)

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Si su merced tuvo los santos cojones de llegar hasta Teruel, le aconsejo fervientemente que no abandone estos lugares sin visitar Albarracín, a un tiro de piedra de la capital por la recién estrenada A-23. Tan recién puesta que no aparece en mi navegador.

De cualquier forma, nadie se va a perder en Teruel porque ya está todo lo suficientemente perdido. Única forma posible de poder encontrarlo agradablemente.

Tome su merced la susodicha A-23 y tire pa Zaragoza. Aún no se le habrá calentado el motor cuando llegará a la altura de Cella, abandone la autovía y una carreterica de las de toda la vida, estrecha, sinuosa, con baches inesperados y encajada entre rodenos y sabinas, le pondrá a las puertas de la sierra de Albarracín y del pueblo del mismo nombre, conjunto histórico-artístico desde que el Generalísimo cortejaba a Carmen Collares.

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A medio camino entre Cella y Albarracín podrá ir abriendo boca con las ruinas del castillo de Santa Crochet y los frondosos bosques de pino, cedros y chopos que beben de las aguas del Guadalaviar. Entre unos y otros, algún aprisco bien conservado nos trae memoria de las ocupaciones de los hombres del lugar.

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Ya en Albarracín debería dejar el coche en la carretera, a la entrada misma del pueblo, entre el hotel Doña Blanca y la oficina de Turismo que, dicho sea de paso, no abre antes de las doce. Como le supongo con calzado de patear, sumérjase en las calles de la ciudad accediendo a ellas por la empinada cuesta de Bernardo Zapata, que le llevará a la mismísima Plaza Mayor.

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Calles estrechas, sombreadas, de penumbra sorprendente conseguida por el casi tocar de los tejados. Párese en casa de la Julianeta y en la del Chorro, visite la iglesia catedral que yo no pude porque estaba cerrada por obras y, al llegar al final del pueblo, allá por el cementerio, no deje de visitar el museo municipal y saludar a los civiles que tienen su cuartel allí mismico.

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Si aún le quedaron ganas de caminar, que ya serian ganas, patéese la muralla árabe cual emisario de los infieles en busca de alguien a quien lancear.

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Antes de volver, abajo, al otro lado del río, dése una vuelta por el museo del juguete. Un viaje al pasado y no sólo jugueteril.
Yo eché de menos a los clips de Famobil, los juegos reunidos Geyper y, en la escuela, El Catón.
Claro que su merced, infinitamente más joven que yo, ni siquiera sabe de lo que le estoy hablando.

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Mañana abandonaré estas tierras para visitar la Expo/Maña. Estoy completamente seguro que no será mejor de lo que he visto hoy.

7/7/08

Crónicas Teruelinas / Teruel, ciudad difícil.

Teruel es, en síntesis, una ciudad difícil.
Existe, está, pero es difícil.
Póngase su merced en el pellejo de aquel viajero que allá por el año 1940 fuese arrojado por un tren con los asientos de madera al andén de la estación de Teruel, con dos maletas que pesasen más que su conciencia y con un frío del carajo.
Lo primero que viese aquel aturdido viajero al salir del recinto de la estación sería… ¡¡AQUELLA ESCALERA!!... que los teruelinos llaman, con toda ceremonia, La Escalinata, y que no es sino sinónimo del más pésimo humor buñuelero (*).

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(*) Hoy día está acompañada de un ascensor.
Si a la vista de semejante despropósito el viajero no muere víctima de la desesperación o se vuelve al tren, si es capaz de coronar el Aconcagua por su cara mala, encontrará una ciudad dividida en dos mitades; el casco antiguo y el ensanche, ambas unidas por dos viaductos, uno para peatones y otro para carruajes. Desde cualquiera de ellos se puede uno suicidar tan ricamente y sin posibilidad de fallo.

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En el casco antiguo se encuentran la catedral, las torres de San Pedro, San Martín y el Salvador, la plaza del torico, el mausoleo de los amantes y el bar “Aquí Teruel”, donde se come un jamón de calidad que eclipsa todo lo anterior.
En el ensanche, o parte de más allá, encontrará el viajero todo lo demás propio de una capital de provincias –y ahora sé que significa eso de capital de provincias-.

Mención especial, por estar donde estamos, merece el mausoleo de los amantes.
Personalmente Isabel de Segura y Juan Martínez me parecen dos auténticos gilipollas, pero ni más ni menos que algunos de los gilipollas que aún deambulamos por este mundo y dicho sea con el mayor de los respetos. De cualquier forma, y aunque es sabido que el amor emboba, hay cosas que cuesta creerse.
Creídas o no, el apunte evidente es que el entorno del mausoleo dichoso aparece como un poco cutre, descuidado, rincón para micciones de crápulas noctámbulos y vomiteras de borrachos.

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Una vez dentro del recinto la cosa mejora un bastante.
Bajo las estatuas yacentes que esculpiera Juan de Avalos, las manos extendidas pero sin tocarse aún después de muertos, pueden verse a través de las celosias –que no fotografiarse- las momias petrificadas y boquiabiertas de Isabel y Juanito.

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El “sin catarse hasta la eternidad” a mi me produce una desazón incómoda. La misma desazón con la que –lejos queda el mar- abandoné el mausoleo.
La misma que me produjo al sorprenderme, un rato después y en el museo de arte sacro, que tres generaciones de santos porfían por llevarme al buen camino.

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Me pongo las zapatillas de andar por las sierras y nos vamos pa los Albarracines.
La cosa esa de los dinosaurios, siempre me pareció una niñería.

4/7/08

Crónicas Teruelinas / el gol de Fernando Torres.

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Fue marcar Fernando Torres el gol que, a la postre, nos daría la Eurocopa, y abrirse el cielo sobre la plaza del torico. El morlaquillo, ataviado para la ocasión con una bandera española, ni pestañeó, pero el resto del personal corrió despavorido a refugiarse bajo los soportales o en el interior de las cafeterías, muy acompañado de gran tronar y rayar.

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Fue allí, al calor de los teruelinos, donde me asaltó el pensamiento de lo incongruente de la condición ibera.
El anhelo común que no pueden lograr empresas más justificadas y menos efímeras, era capaz de conseguirlo, y además facilmente, una competición deportiva. Y de forma tan sólida que ni el diluvio universal que caía fuese capaz de diluirlo.
“Fuzbor ez furzbor” que decía Boskov.
Por una vez, como cantaba Mecano, todos a la vez.
Dese por bueno. Valga. Y pongamos bajo el mantel, disimuladamente, el hecho inconstatable de lo sutil de la condición de héroe. La fína línea que separa, en esta España pecadora, la condición de héroe de la de villano. Algo tan fino como el hecho casual de que el balón entre o no entre, mira tú.
Descubierta otra vez América, abrazado, achuchado, besado y manoseado por los exaltados teruelinos que me rodeaban, tocaba volver al nido.
No dejaba de llover.
En Teruel no hay taxis de noche.
Y menos si llueve.
En Teruel no hay taxis casi nunca.
Mi santa me miraba exigiendo una solución inmediata.
El ánimo seguia eufórico.
Así que tocó echarse al temporal y a la noche. A pelo. Caliente el corazón y chorreando todo lo demás. Dos kilómetros de ducha.
Cuando faltaban unos quinientos metros para nuestra cueva se detuvo a nuestro lado un Suzuki blanco manejado por el ángel de la guarda en forma de mujer.
-¿Os llevo?, preguntó.
-Nos llevas, contestamos.

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La noche estaba de milagros, porque al futbolístico seguía el solidario.
Y es que, no negaran sus mercedes que, en noche oscura, despoblado, cayendo la de dios es cristo, alguien -mujer además- que no te conoce de nada se pare a tu lado y te tienda la mano, no es un milagro de solidaridad.
No pude ni preguntarle como se llamaba.
Un gracias apresurado, cuando nos volvía al aguacero, pero ya a las puertas del refugio, fue mi única posibilidad de agradecimiento.
¡Que viva el fútbol!
¡Campeones!
Voy a secarme... y les sigo contando.

3/7/08

Crónicas Teruelinas (*)

(*) Serán Teruelinas siempre que las escriba yo, y no su merced, mucho más enterao en gentilicios.

Tocó este año vagar por tierras de Aragón y Castilla, la vieja. Así que con el mar nuestro en la memoria, el corazón una miajilla más arrugao y la mochila caminera en bandolera, salimos al encuentro de don Antonio.

Mira el Moncayo azul y blanco;
dame tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo.


¡Vaya! No quería que la primera entrega resultara tan melancólica. No desespere el lector, sin duda es consecuencia del frio que se avecina.

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-El ángel. Teruel, allá por donde los viaductos.