La Vidriera del Mairena


-Dios tolera lo intolerable; es irresponsable e inconsecuente.
No es un caballero.
(Don Jaime de Astarloa. El maestro de esgrima.)

-Escribir es meterse en charcos.
(Juan de Mairena.- Maestro Vidriero).


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9/2/11

de caballos, borricos y otros rucios.

Hoy toca, arrastrado por la fotografía, hablar de caballos. Si, esos bichos con cuatro patas, grandes, pesados y que huelen… a caballo. El domingo pasado salí de guacabaud con Lagartija y encontré la imagen que les traigo. No la podía guardar sin más; así que la expongo aquí a la consideración pública.

No es un tema por el que yo sienta especial predilección. Los caballos y yo nunca nos hemos llevado bien. Siempre he preferido el caballo mecánico, aquel que funciona en base a primera, segunda, tercera y cuarta, y que corre según le aprietas la oreja derecha. Ese caballo, el mecánico, no tiene más pensamiento que el tuyo. Dos seres, un solo pensamiento.

El otro, el natural, el que huele a caballo, es bastante más jodido. Estos bichos piensan, deciden, y a veces –las más de las veces- sus pensamientos y decisiones no tienen que ver nada con los tuyos. El resultado, absolutamente previsible, es que tú terminas en el suelo.

Mi primer contacto con los equinos se remonta a la niñez. Mi tío Emilio, allá por Zalamea la Real, aún conservaba un pollino que le ayudaba en las tareas del campo. Con ocasión de una visita veraniega, me invitó a dar un paseo en el asno. Uno, ya muy machito, declinó el ofrecimiento para subir sobre el animal. Mi tío Emilio, prudente, me explicó el mecanismo. Tomas impulso y… gracilmente… arriba. Tanto impulso tomé, tan gracilmente quise hacerlo, que terminé espatarrao al otro lado del borrico; el animal lo dejé atrás.

Luego vendría mi formación profesional. Recuerdo, con amargura, mis pasos obligados por las escuelas de equitación. Los bichos esos enseguida me calaban y me las hacían pasar cainita. Siempre me costó un triunfo superar esos periodos.
En mi memoria, de por vida, Macarrón, un rucho de 1’80 de alzada, con pelos en las patas y más mili que la bandera (en el infierno de los caballos estará ardiendo). ¡La de veces que Macarrón me pudo enviar al albero sin miramiento ni consideración alguna!.
En una de esas, desmontado yo sin el más mínimo respeto por el que debía ser mi amigo y compañero, se acercó el instructor y me dijo, con mucha malaje y suficiencia, que estaba arrestado el fin de semana por desmontar sin permiso. Hideputas, Macarrón, el instructor y la madre que los parió a todos.

Tan mal me iba en aquellos tiempos que opté, para no ser descabalgado, por asir las riendas con la mano izquierda y aguantar sobre el lomo del equino sujetándome en la silla de montar con la derecha. Resultado de tan ingeniosa maniobra fue una distensión en ese brazo que me impidió levantarlo durante quince días. Hasta de comer hube con la mano izquierda.
Pero lo peor era cuando me tenía que limpiar el culo.
¿Han probado ustedes a limpiarse el culo con la mano izquierda?
¡Ah… cuan ingratos eran aquellos ratos! Además de apestando a caballo, casi siempre terminaba rebozado en la arena.

Así que en cuanto pude cambié el caballo por la moto. Alguna vez me la he pegado, pero al menos podré aducir que la culpa ha sido mía.

Con todo, ya ven que no soy rencoroso, aún soy capaz de detener mi paso para retener en el objetivo una imagen como esta. Ahí lo tienen al señor, con su gorra y sus posturas; el rey del mambo.


d-2

Definitivamente, me siento como el hombre al que no querían los caballos.

2 comentarios:

Silvia Darnis - embolic dijo...

Es curiosa su relación con este animal que siempre ha sido mi asignatura pendiente. De todos mis sueños de niña el único que conservo es este: tener y montar un caballo y perderme por camminitos entre bosques y prados, o por la orilla del mar porqué no, y arroparme entre el silencio/ruido propio de la naturaleza, mi respiración, el clop clop de los cascos del caballo y sus bufidos en perfecta comunión. Nada y nadie más. Bueno sí, y a la vera un perro correteando a los pies del caballo y los míos. Me moriré sin haberlo conseguido. Será por esto que me gusta la bicicleta a cambio de cuatro patas dos ruedas. Pero seguro que no es lo mismo el clop clop de un animal vivo que el nyec nyec del roce de una fría cadena.

Juan de Mairena dijo...

Debería yo, en su día, haberte agradecido el comentario.
No sé porqué no lo hice. Lo hago ahora y pido disculpas.