Otra vez carretera, cámara y manta.
Dos hitos tenía esta vez subrayados con amarillo fosforito. Uno Villaluenga del Rosario, el otro la propia Grazalema.
Conforme nos íbamos acercándonos a Villaluenga -que toma su nombre de su forma alargada- el cielo se iba cubriendo. Al poco ya no divisábamos las cumbres de la imponente Sierra del Caillo y a la entrada del pueblo, acostado a su sombra, jarreaba el agua como si no hubiera un mañana. En estas circunstancias se aconsejan dos modos de proceder; paciencia y atrevimiento. La primera aconsejaba esperar un ratito, la segunda calarse el chubasquero… y a la calle. Pudimos nosotros más que la lluvia; a mediodía abrió el cielo y aquel paraíso se nos mostró en todo su esplendor.
Dos tesoros íbamos buscando en Villaluenga. De un lado su cementerio, enclavado en las ruinas de una iglesia que los franceses quemaron en el año 1808, como muestra de agradecimiento por la resistencia que les presentaron los payoyos, gentilicio de la localidad.
El cementerio, declarado como uno de los más bonitos de España, es desde hace un tiempo objetivo preciado del viajero. Declarado Bien de Interés Cultural, la administración ha acometido con seriedad medidas para su conservación. Aquí está garantizado el descanso eterno de una población que no llega a las 400 almas.
Pero… miren… y fórmense su propia opinión:
El otro es la plaza de toros. Construida en el siglo XVIII -los archivos municipales se quemaron en 1936- tiene forma octogonal y posee uno de los aforos más grandes de la tauromaquia. Y ello es así porque los aficionados se pueden colocar en la falda de la sierra y desde allí contemplar, de forma gratuita, el espectáculo que se desarrolle entre los burladeros.
Por su albero han desfilado todas las figuras del toreo, de lo que queda constancia en los carteles taurinos que se pueden contemplar en el vestíbulo del ayuntamiento. La mañana que nosotros la visitamos, por aquello del agua, no estaba la cosa para muchos festejos.
Y de Villaluenga a Grazalema, cuyo principal atractivo está en pasear sus calles y caminar la naturaleza que la rodea. Del comer no voy a apuntar nada porque se da por supuesto. No se pierdan la sopa de ajo y los amarguillos.
En Grazalema comimos, ya con el sol fuera, en la terraza del bar Zulema, madridista certificado con una camiseta firmada por el mismísimo Florentino que preside el establecimiento.
El lunes siguiente a la festividad de la Virgen del Carmen se celebra en la localidad la festividad del toro de cuerda; uno de los más antiguos de España. Aquello se pone que no cabe un alma, por lo que no es la fecha más aconsejable para visitar el lugar. A no ser que tengas alma de torero…
No quiero aburrirles extendiendo las letras, por lo que me guardaré otras tantas anécdotas. Sin embargo no dejaré de hacer mención que sobre las cumbres de la sierra se mantiene una poblada buitrera cuyos individuos a punto estuvieron de darnos un susto cuando ya dejábamos la localidad.