23/4/25

Franciscus

Quizás alguno, a la vista de este cristalito, opine que era prescindible. Para su tranquilidad, y la mía, ya le anticipo que no se lo tendré en cuenta. Me alejaré, en estas líneas, de todo aquello que no sea lo principal; mostrar mi respeto al Papa que nos dejó hace unos días.

Ya de niño creí, a pie juntillas, en los Reyes Magos. Algunos con mucha malaje, me dicen que aún lo sigo haciendo.
Luego fueron mis héroes, y como tal los tuve, el Capitán Trueno y el Jabato, Roberto Alcazar y Pedrín, y Tintín con su perro Milú. A ellos les siguieron Sandokan y el capitán Nemo. Completó la lista Plinio, el sagaz policía local de Tomelloso, cuyas aventuras consumí con devoción en las novelas de Francisco García Pavón.
Recibí la educación que recibí y no será ahora cuando reniegue de ella; uno es lo que le enseñaron.

Así que creer firmemente en la figura del Papa, pese a ser un católico a medio gas, forma parte de mis convicciones más arraigadas. No es pues ingenuidad, sino necesidad intrínseca de seguir unos modelos, unas pautas, unas directrices… en fin, el buen camino que diría doña Concha.

Y dentro del escenario que les describo, el Papa Francisco, con los que le antecedieron, fueron objeto de referencia y respeto. El que en estas líneas les muestro.

Fundamentalmente el Papa Francisco me pareció un hombre bueno, humilde, mundano, cercano y con sentido del humor, antes persona que clérigo privilegiado.

Las banderas de mi pueblo, que son las mías, ondean a media asta. Mis oraciones las tiene aseguradas. 





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