10/12/08

Mi amigo Roque.

Me lo encontré hace unos días en el paseo marítimo de Estepona, el infamante peñón a sus espaldas.
Mi amigo Roque, Roque Jesús, es mi amigo invisible. Y no me estoy refiriendo a la tontada esa del regalito de empresa.
Los nómadas solemos tener algunos de estos amigos. En mi caso, un buen surtido.
Porque ¿saben sus mercedes que define la cualidad de amigo?
Desde luego no es el roce, sino más bien la empatía.
Mi amigo Roque y yo coincidimos brevemente en el tiempo y el espacio. Eran tiempos de sueños, proyectos e incertidumbres. Los dos fuimos, a la par, estudiantes casi buenos, novieros, futbolistas, tenistas y ciclistas. Luego tiramos ca uno pa un lao y nos vemos de higos a brevas, o sea, muy de tarde en tarde.
Pero siempre que lo hacemos viene a ser como si lo hubiésemos hecho la tarde anterior.
Y hasta que los años le empujaron a dejar el tenis y decidirse por la mariconada del padel, era frecuente que los abrazos fueran seguidos de un disputado partido en las pistas del Club de Tenis de Estepona.
Roque, por más tiempo que medie entre reencuentros, es mi amigo.
Lo es porque en cada saludo su mirada me devuelve el afecto del amigo y pocos certificados de garantía son tan fiables como ese.
He querido traerlo a La Vidriera, con una imagen diaria de su retina porque, amén de querido, es indolente. Confiesa, socarrón, que se divierte con la lectura de este blog. Pero ha sido incapaz, en año y medio, de contestarme un correo electrónico.
No se lo tengo en cuenta, es consustancial con su persona.
Alguna vez leí, en alguna parte, que amigo era aquel que llegaba cuando todo el mundo se había ido.
Pues basta con sentir la sensación. A mis amigos, no suelo ponerles condiciones.

estep1208-4

1 comentario:

  1. Juan y José
    sentados contra el muro del frontón
    hacían planes mientras reponían fuerzas.
    Dudaban
    entre ir a la escuela o al río a pescar,
    cuatro cangrejos para la merienda.
    Nadie jamás
    vio amigos más unidos que esos dos
    que a un tiempo descubrieron
    el fuego del licor, el brillo del dinero,
    el automóvil, el cine y la mujer.

    Tibio era el Sol,
    ancha la mar
    y el mundo aún
    por estrenar.

    A Juan y a José
    se les acabó pronto la niñez
    segada con la mies, pisada por los bueyes.
    Y mientras José
    tomaba los caminos de la mar
    el otro le despidió desde el muelle.
    Del que se fue
    llegaron cartas con olor a ron
    cargadas de promesas
    que Juan leía mientras ponían la mesa
    y releía sin prisa en el café.

    Caña dulce,
    mamey colorao,
    verde la palma,
    blanca la garza,
    con un ojo abierto, en la charca,
    vigila el caimán.

    Cómo puedes conformarte, Juan
    con un solo cielo si hay toda una América
    del otro lado del mar.

    José viajó
    de las Antillas a la Cruz del Sur,
    Huaquero en Fundación, buhonero en la Puna,
    cafisho
    en un quilombo flotante en el Paraná,
    y con los años llegó a hacer fortuna.
    Juan se quedó
    trabajando la tierra y se casó
    con su novia de siempre.
    Después los años discurrieron mansamente...
    Frío en invierno y en verano calor.

    Tibio era el Sol
    los días que
    llegaban cartas
    de José.

    Juan y José
    volvieron a encontrarse en el frontón
    medio siglo después, y como si tal cosa
    Juan preguntó:
    "¿A cuál le vas... azul o colorao...?"
    y respondió el indiano: "Al que vaya a esa moza...
    Qué cosas, Juan,
    tanto rodar y estamos otra vez
    en donde lo dejamos..."
    "Pero a ti, Pepe, que te quiten lo bailado...
    Y gracias, Pepe, por llevarme a bailar."

    Caña dulce,
    mamey colorao.
    Tú cabalgabas
    y yo iba a la grupa
    en las largas tardes junto a la estufa
    del viejo café.

    Con las alas de tus cartas, José,
    atravesé todos los cielos de América
    contigo,
    ¡Amigo!

    (J.M. Serrat - Juan y José)

    Felicidades. No todo el mundo puede decir que cuenta con buenos amigos. Amigos de los de verdad, de los que no piden cuentas y, sin embargo, están.

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